domingo, diciembre 31, 2006

Hoy la esperanza murió

Tomo prestado un verso de una canción de WarCry para titular este post porque creo que expresa bien lo que muchos sentimos hoy. A estas alturas todos sabemos que ayer ETA volvió a poner una bomba, esta vez en el aparcamiento de la terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Pero este hecho no sólo significa la vuelta de la violencia, ni la ruptura del alto el fuego. Significa el final de la esperanza depositada por miles de demócratas en este proceso.
Puede que algun@s de vosotr@s recordéis un texto que escribí hace meses, con motivo de la proclamación del alto el fuego, y que envié por e-mail. Texto que algun@s dijisteis que era el que más os había gustado (sinceramente, yo creo que era normalito) y que otr@s criticasteis con saña, dando lugar a una cadena de correos de crítica, respuestas y más críticas. De un modo u otro, en ese texto dije algo, que hasta ayer mantuve pese a todo, y que era que "tenemos derecho a la esperanza". Y eso es lo que me duele: que nos hayan robado la esperanza de ver el final de la violencia ahora. Que nos obligen a esperar a otra ocasión para ver la llegada de la paz.
Puedo entender la reivindicación nacionalista de los etarras, aunque no la comparta ni acepte sus métodos. Puedo considerar justificadas las múltiples posturas que hay al respecto en los distintos partidos políticos y asociaciones que se han referido a este tema. Hasta ayer, lo único que no aceptaba bajo ningún concepto era el uso de la violencia.
Hoy tampoco acepto que nos roben la esperanza.
- ¿Y no dices nada de la ejecución de Sadam? - preguntará alguien.
Debería, pero la actualidad más cercana es la más urgente. Tal vez mañana.
Feliz año.

domingo, diciembre 17, 2006

Navidad, navidad

No quería decirlo, pero he de reconocer que odio la Navidad. No quería decirlo porque cuando uno dice algo así, siempre hay alguien que lo acusa de ser un amargado, un antisocial o cualquier otra cosa. Pero la verdad es que no me gusta.
Nota del autor: Si algún amante de la Navidad considera que puede sentirse ofendido si sigue leyendo, le recomiendo que no continúe con la lectura de este texto. En caso de que alguien se arriesgue a proseguir, el autor declina toda responsabilidad sobre los daños que pueda sufrir la salud mental del lector. Avisados quedáis. Y luego que no se queje nadie.
No soporto el hecho de que, para conmemorar el nacimiento de alguien que fue alumbrado en un pesebre, se tengan que hacer grandes dispendios en forma de fiestas y comidas. El consumismo que va unido a estas fechas no hace más que cabrearme. No me gusta la hipocresía que supone el tener que cenar con familiares con los que no se tiene contacto en todo el año, y fingir que nos alegramos. Me molesta tener que fingir alegría porque sí, y me exaspera el rollo de los que dicen que estas fechas son para recordar a los que ya no están (personalmente, a quien tengo que recordar lo recuerdo en cualquier momento, y a quien no recuerdo en todo el año, tampoco lo recuerdo en Navidad). Pero sobre todo, odio que las Navidades ahora duren tanto tiempo.
Porque ahora, los catálogos navideños de los centros comerciales llegan a los buzones en octubre, y las cadenas de televisión programan películas navideñas desde principios de noviembre. Y eso es un verdadero engorro. Por eso, después de varias semanas en las que me resulta imposible tirarme en el sofá un domingo por la tarde a ver la tele sin que se me llene la pantalla de Papás Noel y renos con brillantes narices, hoy he tomado la decisión de decirlo: ODIO LA NAVIDAD.
Y si alguien no está de acuerdo conmigo, lo acepto, y hasta puedo aceptar que me llame antisocial. Pero que nadie intente hacerme cambiar de idea, que ya llevo demasiados años intentando esquivar en la televisión las películas del tipo de Vaya Santa Claus y los mensajes de Nochebuena del rey.

lunes, diciembre 11, 2006

La muerte y el asesino

La verdad es que esta semana no sabía sobre qué escribir. Pero la actualidad volvió otra vez, como tantas otras, al rescate. Ayer por la tarde la CNN me informó de algo que después volvería a oír una y mil veces en otras tantas cadenas de televisión y de radio. Hablo de esa noticia que esta mañana estaba en la primera página de casi todos los periódicos del mundo: Augusto Pinochet ha muerto. Y además ha muerto (suprema ironía para un dictador) el Día Mundial de los Derechos Humanos.
Ha muerto ese Comandante en Jefe del ejército chileno que el 11 de septiembre de 1973 se levantó contra el Gobierno que juró defender (y que le había concedido ese cargo), para después instaurar una de las dictaduras más crueles de Latinoamérica; ése al que esta misma mañana el escritor chileno afincado en Gijón Luis Sepúlveda (al que algunos de vosotros admiráis y otros odiáis) definió como un "pedazo de mierda enquistado en el corazón de América Latina".
Pero sobre todo ha muerto el responsable de la tortura, desaparición y asesinato (o, en el menos malo de los casos, exilio) de miles de chilenos. Por eso, creo que debemos pensar un poco en la situación de Chile después de la dictadura. Debemos pensar en el hecho de que el dictador no fue enjuiciado por crímenes contra la Humanidad, según las Cortes chilenas porque su estado de salud no le permitía hacer frente al proceso. Debemos pensar que tras la dictadura no fue acusado de nada en su país (aunque esto sea algo sobre lo que los españoles también sabemos un par de cosas). Debemos pensar en fin, que en este mismo momento se le están rindiendo honores militares en su funeral, honores al militar que traicionó a su Gobierno.
Qué cosas. No pudo comparecer ante la justicia humana (la única en la que creo, dicho sea de paso) aquél que ejecutó a tantas y tantas personas sin permitirles un juicio justo, sin permitirles siquiera uno injusto.
Sin embargo, no considero que su muerte sea la solución. De hecho, me hubiera gustado que viviera mucho más. Muchos años para ver cómo se le condenaba por genocida. Muchos años para ver cómo todo el dinero que amasó robando a su propio país volvía a las manos de su pueblo. Y sobre todo, considero, como decía anoche uno de los responsables de Amnistía Internacional en España, que su muerte no puede parar el proceso contra los demás responsables de Crímenes contra la Humanidad en Chile, porque si él ya no va a poder ser juzgado, sí podrán serlo muchos de sus subordinados.
Dicho todo esto, me gustaría terminar este texto con la frase que pronunció Salvador Allende, el Presidente al que Pinochet derrocó y asesinó, el mismo día del golpe de Estado, y que resume, creo, los sentimientos que muchos podemos sentir en este momento: "(...) Sepan que más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por las que pase el hombre libre en busca de un mundo mejor (...)". Las alamedas se han abierto por fin para el pueblo chileno.
P. D.: Acabo de leer el último artículo de Arturo Pérez-Reverte, y vuelve al tema que yo tocaba la pasada semana. Podéis leerlo en la página de la revista en que lo publicó ( www.xlsemanal.com ) y en su página personal ( www.capitanalatriste.com ).

domingo, diciembre 10, 2006

Malos tiempos para la lírica

Bueno, colegas. Ante la falta de ideas para esta semana, se me ocurrió recuperar un viejo poema que escribí hace un tiempo. Pero antes de dejaros leerlo, quiero decir un par de cosas. En primer lugar, que lo escribí hace tres o cuatro años, por lo que es muy viejo. Si alguien quiere psicoanalizarme a partir de estos versos, seguramente sabrá a qué situación hacen referencia. Pero también habría que tener en cuenta que en este tiempo la cosa cambió bastante, y que la situación a la que se refiere el poema en cuestión es ahora muy diferente (menos mal). Otra cosa que hay que tener en cuenta es que yo nunca he sido buen versificador, de manera que no creo que sea un buen poema; además, precisamente por eso, es muy poco probable que volváis a leer una poesía mía en este blog, por lo menos a corto (o medio) plazo.
Sin más dilación, ahí va el poema, que se titula "Esa sombra":

Esa sombra,
ausente pero siempre
presente;
cuya presencia se nota
aunque esté a miles de kilómetros.
Sombra planeando
sobre un mar de dudas,
sobre un océano de palabras sin sentido,
para demostrar que con su sola presencia
puede desestabilizar una vida.
... Y mil más si se lo propone.

A ver qué os parece (comentarios, críticas, sugerencias, quejas, ruegos y preguntas, por los cauces habituales).

martes, diciembre 05, 2006

Lenguajo sexisto

Las noticias no dan más que disgustos. Lo digo porque, una vez más, resulta que ha saltado a la palestra de la actualidad una reinvindicación de ésas que ponen los pelos de punta. La semana pasada, se volvió a exigir que dejen de utilizarse vocablos neutros y que sean sustituidos por palabras en las que se acepte el género femenino. Por ejemplo, que no sólo exista la palabra "estudiante", sino que también se acepte la forma femenina: "estudianta". Personalmente, aunque sólo sea por lo mal que suena, espero que la Real Academia no la acepte.
Antes de que nadie me tire flores y diga lo buenas que son mis ideas para los textos que cuelgo en este blog, quiero dejar claro que sobre este mismo tema ya escribió algo Arturo Pérez-Reverte (que, como sabéis, es uno de mis escritores favoritos) en la revista XLSemanal, que podéis consultar en esta dirección:
El artículo en cuestión se titulaba "La osadía de la ignorancia", y seguramente estaba bastante mejor escrito que éste.
En ese artículo, Pérez-Reverte dejaba clara una cosa que a mí me parece muy importante. Que quienes "luchan" porque el idioma no sea sexista, realmente, desconocen ese idioma. Porque si hacen tales reivindicaciones es porque no conocen el concepto de palabras neutras (o sea, ésas que valen indistintamente para los dos sexos) y porque son lo bastante ignorantes como para olvidar que la Real Academia lleva unos cuantos años ocupándose de estas cosas del idioma y por lo tanto, algo debe de saber sobre él la susodicha Academia. Y lo que más me molesta, es que olviden que la lengua española es la lengua en la que escribieron algunos de los literatos más importantes de la Historia y que hay que tener un cierto respeto por el idioma que éstos utilizaron.
Por eso, antes de que los periódicos se nos llenen de "estudiantos" y "estudiantas", "albañilas", y demás lindezas por el estilo, y antes de que hasta el lenguaje pase a ser "lenguajo", quiero dejar clara mi postura.
Antes de que terminen por empobrecer nuestro idioma sin remedio.

miércoles, noviembre 29, 2006

El precio de la verdad

Una vez más, la idea para escribir algo me llegó mientras desayunaba con la radio de fondo. Era el viernes día 24 de noviembre, y la noticia por esperada no fue menos deprimente. Después de varios días de agonía, Alexander Litvinenko había fallecido finalmente.
- ¿Y quién era ese fulano? - puede que pregunte alguien.
Pues ese fulano era un antiguo miembro del servicio secreto ruso (o sea, que tampoco era un angelito), que intentaba demostrar que el gobierno ruso era responsable de la muerte de una periodista que, a su vez, intentaba demostrar que los rusos habían cometido unas cuantas y variadas atrocidades en Chechenia. Y, como él mismo dejó escrito antes de morir, lo mató el gobierno ruso para evitar que pudiera contar la verdad. Es decir, que otra vez (y ya van unas cuantas en la Historia), se ha quitado de en medio a alguien que podía contar más de lo que al poder le gustaría.
Naturalmente, esto no es nuevo. La verdad siempre ha sido una fuente de poder, de manera que quien conoce esa verdad (quien sabe demasiado), puede ser molesto. Siempre que alguien ha podido decir más de lo conveniente, se le ha apartado de la circulación. El problema es que antes no se notaba tanto. Ahora, con unos medios de comunicación tan globales podemos saber qué ha pasado e intuir por qué en muy poco tiempo. Por eso me parece que ahora los dictadores disfrazados de demócratas deberían tener un poco más de cuidado, porque se les ve el plumero demasiado pronto cuando pasa algo así. Y por eso mismo creo que el gobierno ruso no sólo no ha podido evitar que Litvinenko cuente su historia, sino que incluso ha hecho mucho por su causa: al matarlo, llamaron la atención sobre este hombre y sobre lo que intentaba decir. Ahora todos sabemos qué era lo que investigaba. Ahora, incluso aquellos que nunca habíamos oído su nombre antes, sabemos quién era, qué sospechaba (y si murió por ello, muy desencaminado no debía de andar) y por qué murió.
Porque el precio de la verdad es demasiado elevado.

martes, noviembre 21, 2006

Guerra en las aulas

Enciendo la tele y veo ciudadanos que se manifiestan en las calles de diversas ciudades españolas para denunciar que sufren a diario amenazas, insultos y agresiones. En el telediario se intercalan con estas imágenes otras, dantescas, grabadas con teléfonos móviles. Aunque no lo parezca, en esas noticias se está hablando de la situación que se vive en algunos institutos.
Pero antes de continuar escribiendo, quiero dejar claras un par de cosillas. En primer lugar, que yo todavía no soy profesor en activo, aunque me preparo para ello, de modo que leo con interés todo lo que se escribe sobre estos temas, y escucho con atención a los docentes en activo. Por eso, mi postura es un tanto ambigua, ya que no veo el problema desde dentro, pero tampoco considero que lo veo desde fuera. Por eso, creo que mi opinión, seguramente con ciertos matices, puede ser tomada en cuenta (por lo menos, creo que es más válida que la de muchos contertulios televisivos, que salen diciendo "los profesores deben respetar a mis hijos porque mis hijos son su herramienta de trabajo" y se quedan tan anchos).
En segundo lugar, quiero recalcar que he hablado de "algunos institutos", porque todos sabemos lo fácil que es tomar la parte por el todo y decir que el autor de estas líneas es un desgraciado que critica a todos los estudiantes, a todos los padres y a todos los institutos, cuando sólo estoy hablando de una minoría de la población escolar.
Hechas estas (largas) aclaraciones, entro en materia. Lo primero que quiero decir es que, afortunadamente, la mayor parte de los alumnos no molestan en clase, no dicen nada, apenas participan en clase (ni para bien ni para mal), no molestan. Su única preocupación es que sus padres no les prohíban tener internet y ver en la tele Gran Hermano. Y si para ello hay que estudiar, pues estudian y punto. Algunas escasas veces, entre los alumnos puede encontrarse algún "interesado" en la materia, que viene después de clase a preguntar cosas que no le quedaron claras o incluso (a veces parece que Dios existe y también es profesor) a pedir bibliografía sobre ese tema. Claro, que rara vez nos los tomamos en serio, porque sabemos que están interesados, pero sobre todo en caer bien al profe para que les ponga mejor nota.
El problema es la minoría. Esa minoría obligada a estar en el instituto hasta los 16 años cuando perdieron el interés a los 11 (ahora es fácil criticar esa obligatoriedad, olvidando que, antes de la LOGSE, la educación sólo era obligatoria hasta los 14, pero la ley impedía trabajar legalmente hasta los 16, lo que suponía que teníamos en las calles a chavales cabreados por no poder currar). O esa minoría obligada por sus padres a continuar estudiando después de esa edad. Esa minoría es la que revienta las clases, molesta, hace la vida imposible a sus compañeros o le raya el coche a su profesor. Son una minoría, pero hacen mucho ruido y por eso parece que son muchos más (de hecho, me da miedo que mi abuela vea el telediario, no vaya a pensar que cualquier día me van a rajar en clase).
Pero la existencia de esa minoría no suele ser casual. Muchas veces (no siempre, quede claro), estos chavales no hacen sino responder al ejemplo que ven en sus casas. Si la violencia engendra violencia, si en casa el ejemplo que hay es el unos padres maltratadores, los hijos, con el tiempo, se convertirán en unos maltratadores. Y esto nos lleva a la segunda cuestión de la violencia en las aulas: los padres.
No me resulta difícil recordar que cuando yo iba al instituto (y mis 25 años hacen que me resulte extremadamente fácil recordar algo tan reciente), si llegaba a casa y decía que en clase me habían reñido, acto seguido mis padres me volvían a reñir, con la lógica de que "algo habría hecho". Sin embargo, hoy vemos que muchas veces ocurre lo contrario: si un chaval llega a su casa y dice "en clase me han castigado", es muy probable que al día siguiente el padre se presente en el instituto con ganas de partirle la cara al profesor, y eso en el mejor de los casos.
¿Es que los profesores no tienen (tenemos) parte de la culpa? Por supuesto que sí. En muchos casos la responsabilidad puede ser de profesores con tendencias dictatoriales o con más interés en cobrar que en enseñar. Pero la responsabilidad que estos profesores tienen a la hora de fomentar ciertas conductas en los alumnos nos afecta a todos, profesores y alumnos.
Entonces, ¿de quién es (la mayor parte de) la culpa? ¿De unos padres que dicen "para dos horas al día que veo a mi hijo, no quiero discutir con él", y por eso quitan hierro a lo que el crío hace? ¿De unos padres que no se molestan en educar a sus hijos y predican con el (mal) ejemplo? ¿De una Administración que ha privado a los profesores de su autoridad? ¿De unos profesores más interesados en acumular trienios que en enseñar? ¿De una sociedad que valora más el dinero, venga de donde venga, que la cultura y el conocimiento?
Probablemente sea de todos y de nadie en particular. Y precisamente por eso, este problema no se va a solucionar con medidas que afecten sólo a uno de estos colectivos. La solución no es pelear ni reprimir, sino dialogar.
Pero como, de momento, el diálogo parece lejano, lo mejor será que los profesores nos preparemos para defendernos. Yo, por si acaso, ya estoy haciendo pesas...

martes, noviembre 14, 2006

De Yellowstone a Muniellos

En un primer momento, yo tenía preparado para esta semana un interesante texto sobre el problema de la corrupción urbanística, en el que ofrecía una serie de posibles soluciones para atajar tal lacra de nuestra sociedad. Pero, una vez más, debo rendirme ante la actualidad, cambiar de tema y dejar que ese escrito sobre la corrupción sea publicado dentro de unas décadas como texto inédito cuando alguien recopile mis obras completas. Pero vale la pena. Por una vez la actualidad es, por lo menos, graciosa y sorprendente. Pero empecemos por el principio:
Me encontraba yo esta mañana desayunando cuando oí por la radio una noticia que me pareció sorprendente: como imágenes para la nueva campaña publicitaria destinada a atraer turistas a Asturias, se ha elegido a los personajes de dibujos animados Yogui y Bubu. Al principio, pensé que tal noticia no era sino una mala pasada de mi cerebro que se negaba todavía a despertar y no le presté atención. Sin embargo, cuando unas horas más tarde me encontré con la imagen de Yogui escanciando sidra en la portada de un periódico de difusión gratuita, hube de reconocer que no lo había soñado. Era real. Parece ser que, ante la falta de tirón mediático de Paca y Tola, se ha optado por otros dos osos con más cara de buen rollito.
Quede claro que no me parece mal, es más, son unos personajes entrañables que, en mi tierna e ingenua infancia, me hicieron reír bastante. Me parece una idea divertida y creo que llamará mucho la atención. Ahora, sólo resta ver a los dos simpáticos ositos ponerse una montera picona e ir al descenso del Sella (que todo se andará).
Por una vez, y sin que sirva de precedente, no estoy en contra. La idea de usar como reclamo a unos personajes fácilmente reconocibles por todos me parece muy inteligente, y estoy seguro de que será efectiva.
Ahora alguien dirá que la elección de estos personajes no es más que otro ejemplo de la globalización y la aculturación a las que estamos sometidos. También es verdad. Pero también son ejemplos de esa globalización montones de películas, canciones y demás elementos que no se suelen criticar (desgraciadamente, todavía no conozco a nadie que, entre una película de Akira Kurosawa y una de Tom Hanks, vaya antes a ver la primera que la segunda).
A mí me parece una idea original. Y si esta iniciativa sirve para que haya gente que venga a Asturias porque vio a Yogui en un cartel en lugar de por oír la (tópica y anacrónica) canción de Melendi, bienvenida sea.
Por una vez, no me quiero bajar del mundo.

jueves, noviembre 09, 2006

Jóvenes, aunque sobradamente puteados

Aún recuerdo los anuncios televisivos que, hace unos diez o doce años, pusieron de moda la frase aquella que decía "J. A. S. P.: Jóvenes, aunque sobradamente preparados", y que presentaban a una chica decidiendo lo que iba a hacer ahora que ya era adulta, y a un chico discutiendo con su jefe porque éste no le daba una oportunidad, aún a pesar de que el chaval en cuestión estaba no sólo cualificado, sino sobrecualificado. Estos anuncios, al margen de querer vendernos un coche, reivindicaban la característica de esa generación (y de la siguiente, que es la mía) de ser la "generación más preparada de la Historia de España". Ahora que nos lo hemos creído, la P tiene una nueva lectura: ahora somos "Jóvenes, aunque sobradamente puteados".
Ya podemos tener una carrera universitaria, un master, cursos de perfeccionamiento y de especialización, idiomas, postgrados, doctorados y toda una retahíla de títulos y diplomas que embellezcan nuestro currículum, que, tal como está el patio, nos encontraremos con un número creciente de problemas.
En primer lugar, el trabajo. Cuanto antes nos demos cuenta de lo difícil que es encontrar un curro que se relacione algo con lo que hemos estudiado y encima en nuestra ciudad, menos desilusiones nos llevaremos. Y si lo encontramos, tendremos que enfrentarnos a sueldos bajos (que cobramos mil euros al mes y ya nos parece que estamos cobrando una burrada), precariedad laboral, jornadas interminables... Y claro, tragamos porque no tenemos otra opción, porque sabemos que el trabajo que no hagamos nosotros lo harán otros, puede que hasta por menos dinero, porque tenemos la mala costumbre de comer a diario y de dormir bajo un techo.
Que ésa es otra: La vivienda. El pegadizo eslogan de "¿Qué pasa, qué pasa? Que no tenemos casa" que se cantaba en las recientes manifestaciones tiene cada vez más sentido. Cada vez se construye más, cada vez hay más viviendas vacías... pero cada vez son más caras. Si los sueldos son cada vez más precarios y la mayoría de los españoles están endeudados, ¿cómo puede ser posible esto? Por la especulación urbanística que supone que, debido a las comisiones ilegales, los políticos se enriquezcan (pero los políticos de todos los partidos, aunque algunos, curiosamente del partido al que más casos de corrupción le han descubierto, insistan en que "no todos son iguales"). En este país el poder económico está en manos de los constructores y así nos va. Encima, cuando parece que la subida en los precios de los pisos es algo menor, nos dicen que eso es malo para la economía del país (¿y qué hay de la economía de los que viven en el país?).
Por eso, cuando mis padres insinúan que a ver cuándo me voy de casa, pienso, "¡Qué más quisiera! Pero es que no me dejan".

jueves, noviembre 02, 2006

Para esto

Se despertó cuando la luz de la mañana entró por la rendija de una persiana que no estaba bajada del todo. Pero sabía que no era un día cualquiera. Por fin, después de varios meses, hoy iba a salir a la calle para algo que no fuera ir al hospital. Casi no se lo creía.
Cuando cuatro meses antes tuvo la mala suerte de caerse en el cuarto de baño y hacerse un esguince no pensó que aquello iba a durar tanto tiempo. Pero claro, cuando se tienen setenta años, el cuerpo no se recupera igual que cuando se tienen veinte. Desde entonces, sólo había salido de casa para ir a ver a médicos malencarados que en lo más profundo de sus corazones sólo se interesaban por él para preguntarse cómo era posible que ese viejo se hubiera caído en el baño y no se hubiera matado. Por fin, la mañana anterior le dieron una buena noticia: Su pierna estaba curada. Su hijo, ese desagradecido que creía que le hacía un favor enorme teniéndolo en su casa en vez de en un asilo infecto, olvidando que él lo tuvo en la suya muchos años antes, le había dado otra buena noticia: El sábado, para celebrar su recuperación, iban a bajar al centro de la ciudad a comer, aprovechando que no había que trabajar.
Y ese día era el esperado sábado. Contento por la posibilidad de romper con la rutina, se levantó de la cama y se dirigió a la cocina para tomar un café.
"Buenos días, papá", dijo una voz femenina. Una vez más, la bruja de su nuera intentaba hacerse la amable, aunque él sabía muy bien que en realidad lo que ella quería era que él se muriera de una vez, no tanto para heredar (más que nada porque no había gran cosa que heredar), como para quitarse un lastre de encima. "Dúchese y vístase, que ya estamos todos preparados para bajar al centro".
"Vaya", pensó él, "Debe de ser más tarde de lo que pensaba".
Se arregló con mucho cuidado, casi como cuando era joven e intentaba llamar la atención de la que, a la postre, sería la madre de sus hijos. Pronto estuvo duchado y vestido con bastante elegancia. Era agradable cambiar el pijama por una ropa un poco más decente, aunque sólo fuera para variar.
En el recibidor se reunió con su hijo, su nuera y el hijo de ambos, que todavía vivía con sus padres y que era, sin duda, el más inteligente de la casa, además de ser el único que todavía le hacía la vida un poco agradable. Fueron hacia el garaje y se subieron en el coche ostentoso e incómodo de su hijo. Después, se dirigieron al centro de la ciudad.
Llegaron y, casi milagrosamente, encontraron un aparcamiento en una calle céntrica. Como todavía era temprano, decidieron dar un paseo, cosa que le apetecía mucho, porque ya estaba harto de pasear sólo por el jardín de un chalet que no le gustaba en una urbanización llena de gente más preocupada por aparentar que por hacer cualquier otra cosa.
A medida que se iba moviendo por las calles más céntricas y elegantes de la ciudad, una serie de imágenes desagradables se iban mostrando ante sus ojos. Primero, vio a un pobre hombre vestido con harapos que extendía una de sus manos con mirada triste y humilde, preguntándose qué hizo mal con su vida, mientras la gente pasaba a su lado ajena a su existencia. Después, un cartel de un partido político ("legal", le aclaró su hijo) que usaba los mismos símbolos que tantos años atrás habían usado los que mataron a su padre en una guerra que nadie entendió entonces y que nadie entendía ahora.
Pero lo que más le molestó fue llegar hasta el lugar donde estaba el mismo cine al que había ido con su difunta esposa la primera vez que ambos habían podido permitirse ese lujo, y ver que el edificio, ahora rehabilitado, albergaba una clínica de cirugía estética.
"Para esto", pensó, "no valía la pena levantarse de la cama".

miércoles, noviembre 01, 2006

Bienvenidos a esta locura

Bueno, peña, por fin tengo mi propio blog. Ya voy a dejar de mandar mis escritos por e-mail, que siempre resulta un poco pedestre y picapedra (como diría Sabina, "tan picapedestre"). Desde este día de hoy (1 de noviembre de 2006, poco antes de las 11 de la mañana hora española), queda inaugurado el blog en el que voy a colgar mis ideas sobre este mundo tan perro que nos ha tocado vivir. De vez en cuando, cuando no se me ocurran ideas, copiaré los escritos viejos que os resultaron interesantes. Pero, si todo va bien, creo que escribiré aquí algo nuevo cada semana. Por lo menos. Pues lo dicho. Bienvenidos a Que paren el mundo que me quiero bajar.