La verdad es que esta semana no sabía sobre qué escribir. Pero la actualidad volvió otra vez, como tantas otras, al rescate. Ayer por la tarde la CNN me informó de algo que después volvería a oír una y mil veces en otras tantas cadenas de televisión y de radio. Hablo de esa noticia que esta mañana estaba en la primera página de casi todos los periódicos del mundo: Augusto Pinochet ha muerto. Y además ha muerto (suprema ironía para un dictador) el Día Mundial de los Derechos Humanos.
Ha muerto ese Comandante en Jefe del ejército chileno que el 11 de septiembre de 1973 se levantó contra el Gobierno que juró defender (y que le había concedido ese cargo), para después instaurar una de las dictaduras más crueles de Latinoamérica; ése al que esta misma mañana el escritor chileno afincado en Gijón Luis Sepúlveda (al que algunos de vosotros admiráis y otros odiáis) definió como un "pedazo de mierda enquistado en el corazón de América Latina".
Pero sobre todo ha muerto el responsable de la tortura, desaparición y asesinato (o, en el menos malo de los casos, exilio) de miles de chilenos. Por eso, creo que debemos pensar un poco en la situación de Chile después de la dictadura. Debemos pensar en el hecho de que el dictador no fue enjuiciado por crímenes contra la Humanidad, según las Cortes chilenas porque su estado de salud no le permitía hacer frente al proceso. Debemos pensar que tras la dictadura no fue acusado de nada en su país (aunque esto sea algo sobre lo que los españoles también sabemos un par de cosas). Debemos pensar en fin, que en este mismo momento se le están rindiendo honores militares en su funeral, honores al militar que traicionó a su Gobierno.
Qué cosas. No pudo comparecer ante la justicia humana (la única en la que creo, dicho sea de paso) aquél que ejecutó a tantas y tantas personas sin permitirles un juicio justo, sin permitirles siquiera uno injusto.
Sin embargo, no considero que su muerte sea la solución. De hecho, me hubiera gustado que viviera mucho más. Muchos años para ver cómo se le condenaba por genocida. Muchos años para ver cómo todo el dinero que amasó robando a su propio país volvía a las manos de su pueblo. Y sobre todo, considero, como decía anoche uno de los responsables de Amnistía Internacional en España, que su muerte no puede parar el proceso contra los demás responsables de Crímenes contra la Humanidad en Chile, porque si él ya no va a poder ser juzgado, sí podrán serlo muchos de sus subordinados.
Dicho todo esto, me gustaría terminar este texto con la frase que pronunció Salvador Allende, el Presidente al que Pinochet derrocó y asesinó, el mismo día del golpe de Estado, y que resume, creo, los sentimientos que muchos podemos sentir en este momento: "(...) Sepan que más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por las que pase el hombre libre en busca de un mundo mejor (...)". Las alamedas se han abierto por fin para el pueblo chileno.
P. D.: Acabo de leer el último artículo de Arturo Pérez-Reverte, y vuelve al tema que yo tocaba la pasada semana. Podéis leerlo en la página de la revista en que lo publicó ( www.xlsemanal.com ) y en su página personal ( www.capitanalatriste.com ).
Ha muerto ese Comandante en Jefe del ejército chileno que el 11 de septiembre de 1973 se levantó contra el Gobierno que juró defender (y que le había concedido ese cargo), para después instaurar una de las dictaduras más crueles de Latinoamérica; ése al que esta misma mañana el escritor chileno afincado en Gijón Luis Sepúlveda (al que algunos de vosotros admiráis y otros odiáis) definió como un "pedazo de mierda enquistado en el corazón de América Latina".
Pero sobre todo ha muerto el responsable de la tortura, desaparición y asesinato (o, en el menos malo de los casos, exilio) de miles de chilenos. Por eso, creo que debemos pensar un poco en la situación de Chile después de la dictadura. Debemos pensar en el hecho de que el dictador no fue enjuiciado por crímenes contra la Humanidad, según las Cortes chilenas porque su estado de salud no le permitía hacer frente al proceso. Debemos pensar que tras la dictadura no fue acusado de nada en su país (aunque esto sea algo sobre lo que los españoles también sabemos un par de cosas). Debemos pensar en fin, que en este mismo momento se le están rindiendo honores militares en su funeral, honores al militar que traicionó a su Gobierno.
Qué cosas. No pudo comparecer ante la justicia humana (la única en la que creo, dicho sea de paso) aquél que ejecutó a tantas y tantas personas sin permitirles un juicio justo, sin permitirles siquiera uno injusto.
Sin embargo, no considero que su muerte sea la solución. De hecho, me hubiera gustado que viviera mucho más. Muchos años para ver cómo se le condenaba por genocida. Muchos años para ver cómo todo el dinero que amasó robando a su propio país volvía a las manos de su pueblo. Y sobre todo, considero, como decía anoche uno de los responsables de Amnistía Internacional en España, que su muerte no puede parar el proceso contra los demás responsables de Crímenes contra la Humanidad en Chile, porque si él ya no va a poder ser juzgado, sí podrán serlo muchos de sus subordinados.
Dicho todo esto, me gustaría terminar este texto con la frase que pronunció Salvador Allende, el Presidente al que Pinochet derrocó y asesinó, el mismo día del golpe de Estado, y que resume, creo, los sentimientos que muchos podemos sentir en este momento: "(...) Sepan que más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por las que pase el hombre libre en busca de un mundo mejor (...)". Las alamedas se han abierto por fin para el pueblo chileno.
P. D.: Acabo de leer el último artículo de Arturo Pérez-Reverte, y vuelve al tema que yo tocaba la pasada semana. Podéis leerlo en la página de la revista en que lo publicó ( www.xlsemanal.com ) y en su página personal ( www.capitanalatriste.com ).
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