miércoles, agosto 18, 2010

También es mala suerte

- Ya verás qué bien lo vamos a pasar - le dijo a ella -. Esta noche estamos todos, no se ha rajado nadie. Y tenemos bebidas y petas para toda la noche.
Ella asintió.
Eran seis colegas, los de siempre y alguno que se sumaba esta noche por primera vez a estas movidas, y estaban lo bastante lejos de casa como para que, si se pasaban de la raya, alguien pudiera saberlo.
Se habían reunido en una casa pequeña, como pequeño era el pueblo en el que estaba. Pero habían decidido que esa noche, la fiesta iba a ser en unas tierras algo alejadas de la casa. Sin tantas comodidades como en la casa, pero seguro que iba a ser más divertido.
Entonces llegaron María y Javier, los que habían ido a la gasolinera a por el hielo.
- Esta tía es una bocas - dijo Javier -. ¿Pues no va y le suelta al gasolinero, ése que tiene cara de psicópata, que vamos a estar por aquí hasta el domingo? Como si a él le importara. Si hasta le dijo dónde íbamos a estar.
- Es un tío simpático - replicó María -. Dijo que esta noche, cuando acabara de currar, estaría en las fiestas del pueblo de al lado.
- Sí, y también dijo a qué hora salía, por si querías ir a buscarlo. - Añadió Javier riéndose. A María no le hizo ninguna gracia la broma.
Pasó la noche, y poco a poco el alcohol fue haciendo mella en sus cuerpos. A las dos de la mañana, ninguno de ellos hubiera podido caminar en línea recta.
Javier se alejó del grupo para mear, y Samuel fue con él. Fueron hacia unos arbustos y allí se pusieron a hacerlo. Mientras Samuel miraba al cielo y pensaba que en la ciudad no se ven así las estrellas, Javier estaba intranquilo. Se sentía observado. "Joder", pensaba, "sólo faltaría que ahora viniera un psicópata o algo. Claro, que a ver quién tiene lo que hay que tener para meterse con cuatro tíos como nosotros. Y estas dos también son de armas tomar".
Volvieron donde estaban los demás y Sonia dijo que quería irse a casa. Estaba cansada y empezaba a sentirse incómoda. Llevaba toda la noche con una sensación extraña.
"Ni de coña", dijo Carlos, "Ahora nos vamos a las fiestas de Villadealao. Yo conduzco".
"¿Seguro que puedes conducir?", le preguntó Iker, "No bebiste más porque ya no quedaba alcohol". Y estalló en una carcajada.
"Pues claro".
Ahora llegaba el momento de decidir cómo iban a meterse los seis en el coche. Que también, a quién se le ocurre llevar sólo un coche. Claro que cómo iban a pensar que al final iban a tener ganas de ir a la fiesta.
Como pudieron, se acomodaron en los asientos del viejo Ford Fiesta de Carlos. Y lo más curioso fue que además arrancó a la primera.
Sonia estaba muy incómoda. No le apetecía ir a la fiesta. Pero tampoco quería "cortar el rollo" a sus amigos. Se disfrazó con su mejor sonrisa e intentó disfrutar de lo que quedaba de noche.
Las carreteras no eran las mejores del mundo, y el coche se movía de forma muy poco agradable. Parecía que en cualquier momento podía acabar sus días de muy mala manera.
Y entonces, con un súbito salto, los acabó.
Acababan de tener un pinchazo. Eso despertó a María, que se había quedado traspuesta, y también a Iker, al que parecía que todo lo que habían bebido le había afectado más que al resto.
Se bajaron del coche, y se dieron cuenta de que no habían pinchado una rueda, sino dos. Las dos ruedas delanteras estaban pinchadas. Alguien había puesto en medio de la carretera unas cuchillas para que reventaran los neumáticos del coche que pasara esa noche por ahí en dirección al pueblo en fiestas. En noches como ésta, mucha gente hacía cosas así en esta zona. Y es que, como diría el padre de Iker, "hay mucho cabrón suelto".
"También es mala suerte", dijo Carlos.
"¿Y ahora qué vamos a hacer?", preguntó Sonia. Miró su reloj. Eran las cuatro y media de la mañana. Luego sacó su móvil y vio que no había cobertura.
"Lo único que podemos hacer es cambiar una de las ruedas e intentar llegar a casa con la otra reventada".
"Y así destrozaremos la llanta", dijo Javier.
"¿Se te ocurre una idea mejor?"
Mientras ellos discutían sobre cuál podría ser la mejor opción, unas luces empezaron a acercarse. Era un coche que iba hacia ellos. Y encima, con las luces largas.
Mientras se acercaba, se pudieron fijar a duras penas en que realmente no era un coche, sino una grúa parecida a ésas de asistencia en carretera. Fuera quien fuese, se paró a unos pocos metros del coche averiado. Alguien se bajó de ella y caminó hacia ellos.
Era el tío de la gasolinera.
"Hola", dijo, "ya me parecía que el coche me resultaba conocido. Vosotros estuvisteis esta tarde en la gasolinera".
"Sí", dijo María, "somos nosotros".
"Parece que los del pueblo han vuelto a hacer de las suyas esta noche", dijo él, "¡Qué cabrones!". Se quedó un momento pensativo y dijo: "Puedo remolcaros hasta el pueblo, y desde allí podéis llamar por teléfono a vuestro seguro, porque aquí no hay cobertura de móvil. Pero en mi grúa sólo puede vernir una persona, y no sé si aguantará el peso de todos si vais en el coche. Puedo intentar remolcaros con dos o tres en el coche, pero el resto tendrá que quedarse aquí esperando a que podamos venir a buscalos".
Ellos se quedaron pensando. El tío no les daba ninguna confianza, pero tampoco parecía peligroso. Pero tampoco era plan de dejar a las chicas tiradas ahí, en medio de ninguna parte, esperando a que volvieran. Entonces decidieron que irían Carlos en la grúa y las chicas en el coche, mientras los demás se quedaban esperando allí. Eso sí, Iker sacó una navaja que siempre llevaba consigo, y que esta noche había sido muy útil a la hora de cortar algo de comida, y se la dio discretamente a Sonia. Por si acaso.
Iker, Javier y Samuel se quedaron esperando a que volvieran.
Cuando las luces de la grúa habían desaparecido hacía un rato, escucharon un ruido. Entonces, decidieron adentrarse en unas tierras que estaban al lado de la carretera, de donde parecía que venía ese ruido. Caminaron lentamente, porque apenas veían nada, y la luna nueva no ayudaba a hacerlo. Caminaban uno junto a otro, casi tocándose, para no perderse.
Estaban en unas tierras de labor, en unos trigales, que habían crecido mucho ese año. Tanto, que no pudieron ver que, en un momento dado, bajo sus pies se abría un enorme agujero, hecho para construir un pozo.
Y en el pozo acabó su noche.
Que también es mala suerte.

lunes, agosto 09, 2010

Crónicas desde la isla del Rock

Hola a todos:
Ayer volví del festival Isla Rock, que se celebró el viernes y el sábado en Valencia de Don Juan (León), y que debe su nombre al hecho de que los conciertos se celebraban en una isla que se formaba en el río Esla. La verdad es que no vi demasiadas actuaciones, pero os voy a hablar ahora de la más interesante: la de Barricada. Para una crónica más completa del festival, en la que seguramente se incluirán anécdotas que nos sucedieron a los que fuimos al festival, os remito al blog de mi colega y compañero de andanzas Miguel, alias Garry.

A pesar del tiempo que llevo yendo a conciertos, nunca había podido ver a Barricada en directo, así que por eso yo esperaba esta actuación con muchas ganas y hasta con cierta ansiedad. Y colmó mis expectativas con creces.
El último disco de estos navarros que llevan dando caña desde principios de los ochenta, titulado La tierra está sorda, es una interesante colección de canciones basadas en historias de la Guerra Civil, contadas no tanto en clave política o histórica desde un punto de vista estricto, sino más bien social, explicando cómo fue la represión ejercida por los vencedores sobre personas del bando perdedor. Precisamente por eso, a mi condición de fan del Rock n' Roll se unía mi faceta de historiador y por eso tenía tanto interés en verlos en concierto.
Cuando pasaban diez o quince minutos de las nueve y media de la noche del viernes día 6 de agosto, las luces se apagaron en el escenario del Isla Rock para indicar que iba a empezar el primer concierto del festival, y entonces salieron los cuatro Barri, es decir, Enrique Villareal alias el Drogas (bajo y voz), Alfredo Piedrafita (guitarras y voz), Javier Hernández alias Boni (guitarra y voz) e Ibon Sagarna (batería), a los que se unió Iker Piedrafita, líder de los Dickers e hijo de Alfredo, que en ese primer momento se encargaba de tocar la guitarra y hacer coros, aunque a lo largo de este primer tramo de actuación también tocó el teclado y el bajo en alguna canción en la que el Drogas sólo cantaba. La primera canción en sonar fue la que abre el disco, es decir, "Desfilan", a la que siguió "Sotanas".
Este primer tramo del concierto consistió en desgranar íntegramente todo el disco que venían a presentar, y además con unos arreglos como los del disco, es decir, guitarras acústicas y teclados cuando eran necesarios. Así, sonaron también "Hasta siempre, Tensi", y, en general, todas las canciones del álbum en un orden que no recuerdo del todo (no era el del disco), pero que fueron, repito, no este orden, las siguientes: "Por la libertad" (ésta sonó casi al final), "Los maestros", "Matilde Landa" (con dos guitarras acústicas y el Drogas empezando a cantarla sentado al borde del escenario), "Infierno de piedra", "La estancia", la espléndida "22 de mayo", "Es una carta", "Pétalos" (sobre las llamadas Trece Rosas), "Suela de alpargata" (sobre los que se echaron al monte y los que los apoyaban), "Casas Viejas", "Llegan los cuervos", "Cierra los ojos", "Las siete de la tarde", "Agua estancada" y "Una lágrima en el suelo" que sí fue la última de este tramo.
Durante esta primera parte del concierto, el Drogas hacía referencia al proceso de elaboración del disco, a la fosa común que se está abriendo a diez kilómetros de Valencia de Don Juan. Ver cómo la gente que estaba allí congregada se sabía las canciones y las coreaba hacía que ese historiador que vive dentro de mí se emocionara, así que había momentos en los que tenía que apretar los dientes para evitar que las lágrimas rodaran por mi cara (sí, vale, a pesar de que estoy siempre intentando parecer duro soy un poco merengue, ¿qué pasa?). Y sé que al Garry le pasó algo parecido.
Esta hora y algo de actuación fue muy emotiva y no tan cañera como la segunda, y casi diríamos que fue como si los Barricada hubieran ejercido de teloneros de sí mismos. Al terminar, los músicos se bajaron del escenario para que su equipo pudiera quitar de allí el teclado, centrar la batería y cambiar los amplificadores por unos más potentes. Pasados así diez o quince minutos, una música como de circo nos dijo que la cosa volvía a empezar.
Salieron sólo los cuatro Barricada (Iker no tocó con ellos durante esta parte del concierto) con "Sean bienvenidos", a la que siguió "Rojo". Con "Todos mirando" no pude evitar ponerme a saltar, cosa que seguí haciendo con "Contra la pared". Siguieron con "Noche de rocanrol", "Sofokao" y "Objetivo a rendir".
Ahora Barricada eran mucho más cañeros que en la primera parte del concierto, mucho más duros, pero no por ello menos profesionales. Tocan "Písale", cuyo estribillo canturreé ayer cuando llegábamos a casa desde tierras leonesas. A este tema le siguen "Deja que esto no acabe nunca" (yo tampoco quería que acabara), "Tan fácil" y "Esperando en un billar".
Como es habitual en los conciertos de Barricada, los tres que están delante comparten las labores vocales, aunque como todos sabemos, el que lo hace más a menudo es el Drogas, tan seguro en su papel de líder del grupo que presenta incluso las canciones que no canta él.
"A toda velocidad", "Víctima" y "Mañana será igual". Qué fuerza. Quién diría que llevan casi treinta años en esto. Que son unos referentes claros del Rock de nuestro país. "No sé qué hacer contigo", "Tentando a la suerte", "Lentejuelas" y una "Okupación" durísima; pero tíos, dadnos un respiro. Con "Animal caliente" y "En blanco y negro" cerraron antes de los bises.
Pero no se hicieron esperar demasiado y volvieron con "Oveja negra", a la que siguió mi favorita, "No hay tregua", cantada casi íntegramente por el público. Con "Esta noche no es para andar por estas calles" y "En la silla eléctrica" terminaron su larga actuación, mientras la misma música circense del principio de la segunda parte sonaba de nuevo y ellos saludaban al público.
Alrededor de tres horas de concierto en el que los Barricada demostraron que son unos grandes profesionales de la música y que parecen incombustibles. No podemos hacer otra cosa que agradecerles que lo hagan tan bien y que nos hagan disfrutar tanto.
Y es que, como decía Kutxi Romero, de Marea "Quien no quiere a los Barricada, no quiere ni a su madre".
Qué razón tiene.