Lo
general
Después
de los anteriores Cuadernos de Viaje que escribimos en este humilde blog ya os
habréis dado cuenta de que a C. y a mí lo que nos suele gustar es viajar a un
sitio fijo y, desde allí, ir moviéndonos para conocerlo mejor. Ese modo de
viajar ya os lo habíamos contado en nuestros textos sobre Nueva York, Londres,
Madrid, Puerto Rico o Barcelona.
Sin
embargo, este año, para variar, decidimos hacer un tipo de viaje muy diferente,
para saber qué se siente cuando no tenemos que pensar nada y nos lo dan todo
hecho. Por eso nos decidimos por un crucero con el que, saliendo de Venecia,
pasamos por Bari, Olimpia, Santorini, Atenas, Corfú, Kotor (Montenegro) y de
vuelta a Venecia. Por eso, como el modelo de viaje fue bastante diferente a lo
habitual, este texto va a ser muy distinto también.
Y
por eso, en primer lugar, me gustaría comentar cuales son las principales
diferencias que encontramos entre estos dos tipos de viaje. Por un lado, un crucero
supone que nos estamos moviendo y que cada día estamos en un puerto diferente,
lo que implica que no llegamos a conocer ningún lugar de manera profunda. No obstante,
esto puede ser interesante, porque nos permite conocer, aunque sea de manera
superficial, sitios a los que, más adelante, podemos estar interesados en
volver para verlos como se merecen. En este viaje fueron Kotor (Montenegro), Atenas,
Olimpia y Venecia. Otros sitios, como Corfú, no nos gustaron tanto, aunque en este caso creemos que fue por la propia
organización de la excursión que nos ofrecieron para conocerlos.
Por
otro lado, el crucero es una buena forma de conocer gente. Compartir excursiones
o mesa en las cenas sirve para conocer a más gente del barco y compartir
experiencias. De hecho, conocimos a bastante gente muy maja durante el viaje
(por cierto, un saludo para ellos).
En
lo que se refiere al cansancio del viaje, fue muy parecido al de otros viajes
anteriores, pero sí que hubo una diferencia: frente a nuestras aventuras
por, por ejemplo, Nueva York, si bien tuvimos que madrugar mucho para conocer
cada lugar, sí nos ahorramos organizar cada actividad por nuestra cuenta antes de iniciar el
viaje, porque las excursiones nos las buscaba el barco. Y, en lo que se refiere
a las comidas, fue más o menos lo mismo.
Lo
concreto (e interesante)
Después
de todo este rollo, ahora toca hablar de lo que suelen ser nuestros cuadernos
de viaje, es decir, el relato de nuestras aventuras, aunque, como decimos, de forma un poco diferente. Así, después de salir de Venecia, llegamos a Bari, cuyo casco viejo visitamos, acercándonos a la basílica de San Nicolás, con su
parte católica y su cripta ortodoxa, y también a su catedral.
Ya
en Grecia empezamos nuestro periplo visitando los restos de Olimpia, con una guía que nos
habló tanto de la Historia de ese lugar como de la sociedad griega actual y el modo en
el que le afectó la crisis. Las ruinas de Olimpia fueron una de esas cosas que
me hicieron recordar por qué soy profesor de Historia y por qué dediqué
bastante tiempo de mi vida a la Arqueología. Luego, tuvimos tiempo de hacer algunas compras.
Combinando
lo meramente turístico con lo cultural, nuestro segundo día en Grecia lo
pasamos recorriendo Santorini, con sus pintorescos edificios, sus
calles empinadas… y un sol verdaderamente de justicia. Fue un día de transición
para recorrer sin rumbo unos pueblos que, de otra manera, no habríamos tenido
interés por conocer. Allí nos acercamos a una antigua fortaleza veneciana y
visitamos templos católicos y ortodoxos, contemplando las diferencias entre la
iconografía de las iglesias.
De
vuelta a lo propiamente cultural, el siguiente día lo pasamos en Atenas. Una visita
a la Acrópolis que hicimos muy temprano para evitar el calor (y las mareas de
gente) hizo que ese historiador que vive dentro de mí se estremeciera al ver
esos restos. Luego, a media mañana, recorrimos solamente una pequeña parte del
museo de Atenas, pero que fue suficiente como para que nos quedaran ganas de
volver. Ese día comimos en Atenas, probando la moussaka, el vino griego y, de
postre, la baklava. Todo muy recomendable.Y también tuvimos algo de tiempo de hacer compras.
El
día que menos nos interesó fue el que fuimos a Corfú, porque lo más
interesante, que era el pueblo, apenas lo vimos, y el resto de la excursión, no
del todo bien organizada, fue poco aprovechable.
Pero,
sin embargo, nuestra siguiente escala fue en el gran descubrimiento del viaje:
Kotor, en Montenegro. Desde la entrada a través de sus murallas medievales
hasta que volvimos al barco tuvimos oportunidad de recorrer sus callejuelas,
conocer su Museo Marítimo o darnos cuenta también de que es una ciudad llena de gatos. De
allí, fuimos a Perast, para conocer un par de templos, y todavía nos dio tiempo
a regresar a Kotor donde tomamos unas cervezas locales antes de volver al
barco.
Y
nuestro último día lo pasamos en Venecia, donde finalizó el crucero (igual que
había empezado) y donde cogimos el avión. Pero antes tuvimos tiempo de visitar
una fábrica de vidrio en Murano y callejear por Venecia, haciendo fotos al
Palacio Ducal, a la basílica de San Marcos, y también a puentes como el de los
Suspiros o el de Rialto.
En
resumen
Un
viaje muy rápido, en el que conocimos someramente varios lugares que, seguramente,
volveremos a visitar más temprano que tarde. No se pudo profundizar en ningún
lugar, pero, por lo menos, ya sabemos cómo se podría enfocar una visita
individual a cada sitio.
Y,
cuando volvamos a cada sitio, seguramente os lo contaremos también.
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