Hola a todo el
mundo.
Hoy voy a contaros
mis aventuras por Salamanca hace algunas semanas, cuando Pedro y yo
nos acercamos a ver al colega Daniel, y, personalmente, yo a conocer
una ciudad en la que solo había estado de paso.
PREPARATIVOS:
La idea de visitar
Salamanca la teníamos desde que este verano Daniel había venido a
Gijón a conocer la ciudad, y desde entonces, le debíamos una
visita. Así que Pedro y yo empezamos a buscar fechas, y decidimos
que íbamos a pasar tres días, de jueves a sábado, que íbamos a ir
en autobús, y que nos íbamos a quedar en un hostalillo
relativamente céntrico y, sobre todo, muy barato.
Con todo listo, el
miércoles día 9 me acosté, con esos nervios que preceden a todos
los viajes.
JUEVES DÍA 10:
El despertador sonó
demasiado temprano, porque por un motivo que todavía no alcanzo a
comprender, Pedro había conseguido convencerme de que lo mejor era
irnos en el autobús de las siete de la mañana. A las seis y media,
una llamada perdida en el móvil me indicaba que Pedro y su padre me
estaban esperando en coche a la puerta de casa, para dirigirnos a la
estación de autobuses.
A las siete, nos
sentamos y nos dispusimos a encarar unas cinco horas y media de viaje
durante las cuales Pedro habló de Mario Conde, yo de Death Metal
ruso, y los demás viajeros que estaban a nuestro alrededor nos
miraban raro. No sé por qué, la verdad.
A eso de las doce y
media, llegamos a Salamanca y Daniel ya nos estaba esperando. Nos
acompañó al hostal, dejamos las maletas, y los tres empezamos a
callejear por la ciudad, viendo los primeros monumentos (la Catedral
y el edificio histórico de la Universidad) y buscando algún sitio
donde comer. Nos decidimos por un restaurante que, sinceramente, prometía mucho más
de lo que cumplió.
Después de comer
algo más de callejeo, hasta que a media tarde, Pedro y yo nos fuimos
al hostal para intentar (sin éxito) dormir un rato y ducharnos antes
de volver a quedar con Daniel para cenar y conocer la noche
salmantina. La ducha fue con agua fría porque la comunidad de
vecinos había decidido hacer arreglos en la caldera. Después
pudimos hablar por primera vez que otras personas que estaban
alojadas en el hostal.
Nos fuimos a cenar y
Daniel nos llevó a un restaurante donde tomamos embutidos y vino de
la tierra. Todo muy típico. Y luego, a salir de bares con un amigo
suyo. Lo que no tengo claro es como se produjo el paso de estar
bailando con unas becarias Erasmus a estar cantando en un karaoke.
Tengo que investigarlo más.
A eso de las seis,
nos acostamos.
VIERNES DÍA 11:
Casi no habíamos
dormido cuando nos levantamos y yo decidí buscar un supermercado en
el que comprar champú, porque a mí se me había olvidado llevarlo y
a Pedro se le estaba terminando, con la intención de ducharme (con
agua fría) antes de desayunar. Cuando vuelvo, Pedro me comunica que
esta vez la comunidad de vecinos había decidido cortar el agua
durante varias horas, lo que suponía que no nos podíamos duchar, y
que en el hostal no se podía preparar café. Así que nos fuimos a
desayunar a otro hostal del mismo grupo, en el que ya esperaban que
nos presentáramos todos los alojados en el nuestro.
Después del
desayuno, volvimos a quedar con Daniel para conocer la ciudad. Este
día nos tocó conocer el Archivo General de la Guerra Civil (en cuyo
edifico además está la Logia Masónica, que se puede visitar), una
librería especializada en temas de Historia y Humanidades y de la
que me enamoré perdidamente, la Casa Lys, y el verraco que aparece
mencionado en el Lazarillo de Tormes. Después, Daniel nos llevó a
conocer la biblioteca de la Universidad y buscamos donde comer.
Después de comer,
volvimos al hostal, para intentar dormir algo (otra vez, sin éxito),
y ducharnos, esta vez ya con agua caliente, y volvimos a salir de
noche. Buscamos un sitio en el que cenar mientras veíamos el partido
(no recuerdo cuál) de la jornada, y después, salimos. El primer
garito estaba decorado como la cubierta de un barco y en él las
cervezas estaban a un euro y dos por una. Con razón estaba lleno.
Continuamos
recorriendo la noche, con algún que otro altibajo, y llegamos al
hostal a las seis y media de la mañana.
SÁBADO DÍA 12:
De nuevo dormimos
poco, esta vez porque en la habitación de al lado había una familia
cuyos hijos estuvieron llorando, corriendo por el pasillo y haciendo
ruido desde las ocho de la mañana. Así que venga, ya que no podemos
dormir, vamos a levantarnos, darnos una ducha, y desayunar, que
todavía queda mucho que hacer.
Debían de ser las
once cuando salimos del hostal (por cierto, qué grande fue cuando
las chicas de recepción nos preguntaron si nos había molestado la
fiesta que unos que estaban alojados allí habían montado a eso de
las cuatro y nosotros les respondimos que, como habíamos llegado a
las seis y media, ni nos habíamos enterado; omitimos decir que, si
hubieran estado levantados cuando llegamos, es posible que nos
hubiéramos unido a la fiesta).
Callejeamos por el
casco viejo, y, como todavía faltaba un rato para reunirnos con
Daniel, decidimos separarnos para hacer cada uno las compras que
considerase. Yo opté por un platito decorativo para mi abuela, una
botella de vino de la tierra para mis padres y algunas cosillas más
para una persona muy especial. Cuando volví a la Plaza Mayor, ellos
ya me estaban esperando, y yo les dije que me iba a acercar al hostal
a dejar esas cosas, mientras ellos me esperaban en un café que
frecuentaba Gonzalo Torrente Ballester. Cuando volví, ellos estaban
sentados en la mesa en la que hay una estatua del escritor (que, por
cierto, fue tío de una profesora de Historia Medieval de la
Universidad de Oviedo).
El sitio en el que
decidimos comer fue Casa Paca, el que, según dicen, es uno de los
mejores restaurantes de la ciudad. Fue la mejor comida del viaje, y,
por supuesto, se alargó mucho, desde las dos de la tarde hasta las
cinco.
Entonces, a correr
al hostal a por los bártulos, a coger un autobús urbano hasta la
estación de autobuses y a esperar el que salía a las seis y media
para Gijón. Cuando nos subimos, todavía tuvimos una hora, hasta que
paramos en Zamora, en la que Pedro y yo tuvimos humor para cambiarnos
los reproductores de música y bucear entre los gustos musicales del
otro. Pero después de Zamora, eso de dormir seis horas en tres días
nos pasó factura, así que Pedro se quedó dormido y yo di varias
cabezadas. A eso de las doce llegamos a Gijón y mis padres nos
estaban esperando.
CONCLUSIÓN:
Pues eso, que
Salamanca es una ciudad preciosa, con mucho que ver y mucho que
hacer, tanto de día como de noche. Claro, que eso es lo que hace que
dormir sea casi una pérdida de tiempo.
Habrá que volver
con más tiempo.
Y ahora, algunas fotos poco típicas hechas con los móviles:
¿A que nadie sabía que en Salamanca hay un monumento al empresario? Pues ahí lo tenéis. Igualito a la peña de la CEOE, ¿verdad?
En una restauración reciente de la Catedral pusieron esa escultura de lo que parece un astronauta. Eso lo ven los del canal de Historia y tienen para una temporada entera de su serie Alienígenas.
Y esta foto no la hice yo, pero ahí estoy con mis compañeros de andanzas.
1 comentario:
Nada, genial. La verdad es que falló un poco la comida, especialmente la del segundo día, pero son cosas que iremos solucionando en visitas posteriores. Quedó por ver algunas cosas: el DA2 (museo de arte contemporáneo), el Centro de artes escénicas, la estación de autobuses y algún garito más de noche. En cualquier caso, que termine la cosa con el himno de la ciudad. http://www.youtube.com/watch?v=j7etlWJAQQA
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