Tal vez algun@ de vosotr@s lo sepa,
pero cuando era pequeño me gustaban mucho los libros de Julio Verne.
Seguramente, los suyos fueron los primeros libros verdaderamente largos que me
leí, a excepción de La Historia Interminable,
de Michael Ende, que cayó en mis manos algo antes. Cuando tenía diez, once,
doce y trece años me leí unos cuantos libros y relatos de Verne, como 20.000
leguas de viaje submarino, Miguel Strogoff, Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, La isla misteriosa, El
faro del fin del mundo y unos cuantos más. Sin embargo, a partir de los trece
años abandoné mi amor por la literatura de este autor y me dediqué a
profundizar en otros muchos autores.
Sin embargo, este año cayó en mis
manos París en el siglo XX, un libro que Verne escribió en sus primeros años
como autor, pero que permaneció inédito hasta los años noventa del mismo siglo
XX. Y, por supuesto, me lo leí.
En ese libro, breve y muy fácil de
leer, nos encontramos con una historia que no tiene nada que ver con otras que podemos
encontrar en sus libros, porque, en lugar de presentarnos un mundo en el que la
tecnología nos ayuda, como parecen sugerir muchas otras de sus obras, nos
presenta un mundo distópico en el que la ciencia, la técnica y la industria
dominan totalmente la realidad, relegando todas las demás actividades y
condenando a la miseria a quienes las practican.
Así, a través de la figura de un
joven literato que lucha por salir adelante con sus sueños, vemos una amarga y
pesimista profecía de lo que podría ser una sociedad demasiado tecnificada. Y
lo más triste es que, desgraciadamente, esa historia que debía ser nada más una
ficción, es mucho más parecida a la realidad actual de lo que nos gustaría
reconocer. Fue una verdadera y sorprendente profecía.
Tan sólo hay que leerla y
reflexionar…
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