

Los que me conocéis ya sabéis que
el arte me gusta mucho, así que siempre estoy interesado en ver y, sobre todo,
aprender. Y un tipo de arte que siempre me ha llamado la atención, tal vez por
lo poco que se estudia en la educación reglada, es el grafiti. Siempre me gustó
un mural que hay cerca de mi barrio, en el Natahoyo, hecho por el desaparecido colectivo
AsociArte, en el que representan los disturbios debidos al cierre de Naval
Gijón, y también me gusta otro mural de ese mismo colectivo que veo cuando voy
a la piscina.


Documentales, libros e incluso la
novela
El francotirador paciente, de Arturo Pérez-Reverte, me hicieron conocer,
profundizar y aprender sobre este tipo de expresión artística, hasta el punto
de que, ahora mismo, sigo al grafitero
Banksy en Twitter.


Sin embargo, no fue hasta hace poco
que me empecé a fijar en la cantidad de grafiti que se ven desde el tren cuando
vamos desde Gijón hasta Oviedo. Me fijé en los tags, e identifiqué varios que
se repetían, como los de Arder, Kase o Seak.
Y me pregunté quiénes serían esos
grafiteros que habían decidido dedicar su tiempo a dibujar sus firmas en
paredes desnudas (y bastante feas antes de la pintura, dicho sea de paso).

Tal vez algún día alguien lo
investigue. O quizá ya lo haya hecho algún historiador del arte. Pero no se
puede negar que, como expresión artística, el grafiti es de las más
interesantes que hay ahora mismo.
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