Desde hace ya algunos meses estoy
sumergido en el visionado de una de las mejores series que he visto en mucho
tiempo: House of Cards. Si el año pasado las cinco temporadas Breaking bad me
sirvieron para conocer una historia muy conseguida y recomendable, este año
las, hasta ahora, cuatro temporadas de House of Cards no sólo me muestran una
gran historia, sino que también me han hecho reflexionar sobre la política, que,
como sabéis, es uno de los temas que más me interesan.
En esta serie, protagonizada por
unos inmensos Kevin Spacey y Robin Wright, se nos presenta a un político, Frank
J. Underwood (Spacey) que no dudará en utilizar ningún medio (la mentira, la
demagogia, el sexo, las amenazas o incluso el asesinato) para conseguir el
ascenso político y con él sus fines. O mejor dicho, su fin, su único fin: el
Poder.
Se trata de una serie muy bien
construida, con guiones cargados de complejidad y de profundidad, en la que los
personajes que desfilan a través de la pantalla muchas veces no pasan de ser
meros títeres de Underwood y su mujer Claire (Wright) en su búsqueda del Poder. Pero además, tiene una serie de alardes técnicos, como la ruptura de la cuarta pared por parte de Underwood, que resultan verdaderamente sorprendentes.
Pero a la vez, los personajes
inmorales, demagogos e incluso crueles (como se ve ya desde la primera escena
del primer episodio) que protagonizan la serie me hicieron preguntarme cuánto de realidad hay o puede haber en la
propia serie. Cuánto de Frank J. Underwood hay en los políticos que ostentan el
Poder en nuestra sociedad y cuántos intereses ocultos tienen esos políticos. Y
eso me hizo asustarme.
Y mucho.
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