Sé que ahora mismo hay temas más
importantes sobre los que podría escribir, pero, como sabéis, no me gusta
hablar de temas serios durante el verano, sino que prefiero descansar con temas
más amables, y por eso hoy voy a hablaros de una peli que vi hace ya varias
semanas y sobre la que llevo pensando desde entonces: Ocho apellidos catalanes.
Tal vez alguien recuerda que, en su
momento, cuando vi Ocho apellidos vascos, os hablé de ella y os dije que era
una película que, pese a no ser objetivamente mejor que otras que se estrenaron
a la vez, tuvo un éxito mucho mayor, que yo achaqué a una brutal campaña de marketing. Pues bien, con esta segunda parte pasa lo mismo, pero multiplicado
por mucho.
En Ocho apellidos catalanes se
continúa jugando con los tópicos sobre las regiones de nuestro país,
introduciendo esta vez los que hay sobre los catalanes, pero con todavía menos
gracia que en la primera película. De hecho, desde mi punto de vista, el único
golpe de humor verdaderamente divertido es el que se refiere a la procedencia
de la wedding planner, que, por supuesto, no voy a desvelar. El resto del
tiempo lo único que se hace es una sucesión de chistes fáciles de vascos,
andaluces y, esta vez, también de catalanes, que nos harán gracia la primera
media hora, pero que después se nos harán repetitivos.
Entonces, una vez más, el éxito de
la película lo podemos explicar por el marketing y la propaganda que hay detrás, porque si no,
no me lo explico.
Ahora sólo espero que no quieran
hacer Ocho apellidos asturianos, porque entonces en vez de un texto en este
blog, lo que tendré que hacer es intentar que no se sepa demasiado que soy
asturiano.
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