miércoles, julio 27, 2016

Diamantes falsos



No sé si sabéis que, de vez en cuando, me gusta ver cine clásico. Y mi compañera de aventuras, C., que también es muy aficionada, a menudo me acompaña en mis revisiones de películas que ambos ya hemos visto antes. La última que compartimos, con una buena cerveza para tragarla mejor, fue Desayuno con diamantes.
Como todo el mundo sabe, se trata de una película que es el colmo de la sofisticación, que nos presenta a una guapísima, elegantísima y, aunque no se diga mucho, también delgadísima Audrey Hepburn, junto a un George Peppard al que vemos mucho antes de convertirse en el coronel John “Hanibal” Smith que todos recordamos de nuestra infancia, en una historia de encuentros y desencuentros de dos personajes mucho más parecidos entre sí de lo que quieren reconocer en un primer momento.
Sin embargo, esta segunda vez que vi la película me fijé en una serie de detalles que no había visto la primera vez, hace ya algunos años. El primero, que el guión no tiene ni pies ni cabeza. Ellos dos no son más que unos vividores que sobreviven a costa de otras personas, intentando que su suerte mejore, pero haciendo muy poco para conseguirlo. Entretanto, ella disfruta de fiestas que sacan de quicio a un vecino interpretado por un sobreactuado Mickey Rooney, y George vive a costa de una mujer que le promete convertirlo en un escritor de éxito. Pero los personajes que interpretan tanto Audrey como George son unos personajes planos, sin profundidad de ningún tipo y totalmente olvidables. Son dos perdedores muy parecidos a los que aparecen en las novelas de Bukowsky, pero mucho más sofisticados y glamourosos, lo que explicaría la fascinación que suscitan.
Entonces, ¿por qué escuchamos tanto y tan a menudo hablar de esta película como de una obra maestra? Pues claramente, porque a lo largo de las décadas se ha creado una especie de aura de mitología sobre esta película que hace que todo el mundo la venere, aura que, supongo, se deberá a esa sofisticación que se ve en cada fotograma de la propia peli, porque si no, no se me ocurre por qué puede ser.
Entonces, los críticos nos convencen, con razón o sin razón, de que es muy buena, nosotros tragamos, y la volvemos a ver sin darnos cuenta de los fallos que tiene. O incluso la ensalzamos sin ni siquiera haberla visto, que también puede ser.
Y entonces me acuerdo de algo que siempre digo: que para disfrutar de una película, hace falta que la historia nos enganche y nada más, sin falta de sofisticación, mitología ni marketing para convencernos de que es buena. Si lo es o no, ya lo comprobaremos al verla. 

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