Desde hace algún
tiempo, desde el atentado de la semana pasada, se habla mucho de la
libertad de expresión. Y es muy importante que se haga, porque
siempre es importante que seamos conscientes de nuestros derechos y
nuestras libertades. Pero también de nuestros deberes y nuestras
responsabilidades con respecto a esas libertades. Es decir, que
debemos saber que somos libres para decir lo que queramos, pero
también tenemos que tener claro que no debemos insultar a nadie
amparándonos en esa libertad de expresión, o seremos acusados de
difamación (aunque todos conocemos casos en los que eso es más que
flexible).
Pero es muy
interesante que se hable de libertad de expresión precisamente en
España, porque aquí sabemos mucho de ataques a la libertad de
expresión y censura. No hablo de casos como el del atentado contra
la revista El Papus durante la Transición, o el más reciente de la
bomba puesta en un teatro en el que iba a actuar Leo Bassi. Esos dos
ejemplos son similares al de la revista Charlie Hebdo, y, por ello,
no son más que ataques terroristas, que deben ser condenados sin
paliativos. Me refiero a casos de censura como los de la revista El
Jueves, tanto en el caso de hace algunos años, en que secuestraron
el ejemplar en cuya portada aparecían los príncipes (hoy reyes) en
actitud sexual, como el del año pasado, en el que se impidió que se
publicara uno en cuya portada aparecía una visión bastante crítica
de la sucesión monárquica. O el caso actual, de un humorista que
está siendo juzgado por un sketch humorístico en La Tuerka.
Seguramente habrá
quien diga que estos ejemplos que pongo son muestras precisamente de lo que decía
en el primer párrafo, de que la libertad de expresión está
mediatizada por el derecho de los demás a no ser insultados u
ofendidos, y puede que tengan razón. Sin embargo, me pregunto
cuántos de los que ahora llenan su boca con las palabras “libertad
de expresión” hablando del atentado a Charlie Hebdo aplaudieron (y
todavía aplauden) esos ejemplos de censura…
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