Desde hace varios
días, desde el atentado a la revista Charlie Hebdo, llevo dándole
vueltas a una serie de reflexiones sobre los orígenes de los
movimientos extremistas y fanáticos, de cualquier signo.
Porque, si nos damos
cuenta, muchas veces (no siempre, claro), las personas que se unen a
esos movimientos extremistas proceden de regiones, ciudades o barrios
deprimidos, suelen ser personas desarraigadas, con pocas
expectativas, escasa formación, y, por ello, mucho más permeables a
la propaganda. Entonces, aparecen personas que les ofrecen algo que
les falta (cobijo, comida, un empleo…), para ganarse su confianza,
y, a partir de ese momento, comienza una labor de proselitismo, que
busca que esas personas que antes no tenían nada a lo que agarrarse,
desarrollen una (supuesta) identidad, sea esta religiosa, racial,
social, cultural o como sea. Y eso se consigue a través de mensajes sencillos, en los que todo es blanco o negro, todo se reduce a "nosotros", que somos el "bien", contra "ellos", que son el "mal".
Hecho eso, se
consigue “reclutar” a esa persona para su causa, y ya tenemos un
efectivo más que es “carne de cañón”. Y digo “carne de
cañón” con toda la intención, porque, por supuesto, el que
recluta y crea toda la superestructura ideológica que vertebra el
discurso fanático y extremista no se va a manchar las manos, el que
se las va a manchar es el reclutado.
Con todo esto que
estoy diciendo no estoy tratando de crear un discurso buenista,
neutral y equidistante para justificar la violencia. No lo hago,
porque la violencia nunca es justificable. Simplemente intento
mostrar que, desde mi punto de vista, se puede saber qué perfiles de
persona son más susceptibles de ser “reclutados” por los grupos
extremistas, tanto fundamentalistas del Estado Islámico como grupos
ultraderechistas, y que esos grupos extremistas saben quiénes son
más permeables a sus mensajes.
Por eso creo que lo
que deben hacer los Estados que quieren evitar el crecimiento de
estos extremismos es trabajar en esas zonas deprimidas, trabajar con
esas personas que son permeables al fanatismo, implementando
programas formativos y proporcionando oportunidades (formativas,
laborales, de integración…), para evitar, en la medida de lo
posible que haya personas que sientan que solo son alguien dentro de
ese grupo fanático.
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