Hola a todo el
mundo:
Esta semana debería
hablar de cosas verdaderamente importantes, como la derogación de la
llamada Doctrina Parot o de la huelga general que hay hoy en la
educación española, y que se ha convocado en todos los niveles
educativos y a la que están llamados docentes de todas las
agrupaciones sindicales (incluidas las conservadoras) y también
alumnos e incluso padres. Pero sobre la Doctrina Parot no me
considero lo bastante conocedor del tema como para que mis palabras
fueran verdaderamente valiosas. Y sobre la huelga, aunque la apoyo
como ciudadano y como profesor, y me parece un tema muy importante e
interesante, tampoco voy a escribir nada porque valoro lo bastante mi
tiempo como para que no me apetezca perderlo escribiendo sobre Wert.
Así que voy a
escribir sobre algo un poco más amable: el cine. Y no porque ayer
por la tarde estuviera en el encuentro Michael Haneke que se celebró
en el Teatro Jovellanos con motivo de la concesión al cineasta del
Premio Príncipe de Asturias, sino porque esta semana también fue la
Fiesta del Cine.
Como todos sabéis,
la Fiesta del Cine es una promoción que consistió en que,
descargándose de internet una acreditación nominal, podíamos ir al
cine por solo dos euros y noventa céntimos. Y el resultado fue el
que todos nos esperábamos: colas, salas abarrotadas y, para los
exhibidores, unos ingresos que probablemente hacía mucho que no
veían.
Y es que no es por
la calidad de las películas. Ni siquiera por la estupidez de poner
el IVA al 21% (lo que ha hecho la puñeta no solo al cine, sino
también a la literatura, el teatro, y la música, tanto en directo
como en lo que se refiere a los discos). Si la gente no va al cine
es, simplemente, porque el cine es caro. Muy caro.
Cuando hace algunas
semanas fui con algunos de vosotros a ver Las brujas de Zugarramurdi,
tuvimos que pagar la friolera de ocho euros. Y eso de vez en cuando
puede estar bien. Pero pagarlos habitualmente sería un gasto
inasumible.
Por eso, iniciativas
como la de la Fiesta del Cine me parecen útiles, porque sirven para
que podamos ver películas en su mejor versión (sigo diciendo que
ver una peli en la sala de un cine es algo especial) a un precio
razonable.
Ahora es el momento
de que los exhibidores se pregunten qué les resulta más rentable:
tener a poca gente viendo las películas porque las entradas son
caras, o tener a mucha gente que ha pagado una entrada barata.
La pelota está en
su tejado.
Por cierto, por si
alguien tiene curiosidad, la peli que fui a ver en la Fiesta del Cine
fue Metallica: Through the never. Un poco corta para mi gusto, pero
la posibilidad de ver una película en tres dimensiones por menos de
tres euros no se puede desaprovechar.
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