El otro día estuve tomando unas
cervezas con un compañero y nos pusimos a hablar de fútbol. O, mejor dicho, nos
pusimos a hablar de que normalmente solemos pasar del fútbol y de que no le vemos
ningún interés, aunque reconocemos que es una buena excusa para juntarse con los amigos a
verlo mientras se toma algo. Y entonces nos dimos cuenta de que, tanto él como
yo, envidiamos a quienes viven el fútbol hasta el punto de convertirlo en el eje
quizá no de su vida, pero sí de buena parte de ella.
Después, reflexionando, nos dimos
cuenta de que el fútbol es, probablemente, uno de los espectáculos en los que
se ve un mayor carácter emotivo, que lleva a que la elección del equipo al que
se anima sea algo casi primario, un sentimiento “tribal” que lleva a que nos
identifiquemos con el equipo porque es “nuestro”, nos representa a “nosotros”
frente a “ellos”, todos los demás. De esta forma, el fútbol se convierte en un
elemento de cohesión social, que hace que se produzca una identificación y una
camaradería entre los aficionados cuando comparten la experiencia de verlo.
Normalmente el equipo al que
seguimos cuando somos pequeños es el mismo al que animaremos de adultos, y rara
vez veremos a alguien que en su infancia fuera del Barcelona para ser del Real
Madrid en la edad adulta. Por eso se tenderá a identificar al equipo con
momentos concretos en los que se vivió más intensamente, como esas victorias
que coincidieron con un momento feliz, por ejemplo. Por lo mismo, al ser el
fútbol algo que canaliza los sentimientos de muchas personas, también se
entiende que haya gente que lo lleve demasiado lejos y adopte posturas
violentas utilizando el fútbol como excusa.
En definitiva, el fútbol no solo sería un espectáculo que nos sirve para pasar un rato divertido, sino que también
nos ayuda a entender algo de la forma de actuar del ser humano.
¿No os parece?
¿No os parece?
Fotografía tomada en 1996 por el usuario Rdikeman, tomada de aquí.
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