Uno de los
fenómenos televisivos de este año 2017 fue la nueva temporada de Twin Peaks,
justo veinticinco años después del final de la anterior, y tal y como se
anunciaba en su último capítulo. En esta
nueva temporada pudimos ver a nuevos personajes, reencontrarnos con
otros, ver a personajes diferentes interpretados por el mismo actor e incluso
pudimos ponerle cara a alguien a quien se
mencionaba en las temporadas anteriores, pero que nunca había salido.
Pero sobre todo, pudimos ver una forma nueva de hacer televisión.
Si en la primera temporada David Lynch había creado un universo totalmente desconocido en la
televisión de ese momento, sin capítulos autoconclusivos y con una historia que
se desarrollaba (y se complicaba) a lo largo de los episodios, en la segunda
vimos cómo perdía fuelle al no estar Lynch al cargo de todos los capítulos.
Pues bien, en esta nueva entrega, Lynch estuvo al mando en todo momento, hizo
lo que le dio la gana y creó algo totalmente nuevo.
Como me decía un
colega el otro día, “no intentes entenderlo, no hay lógica”. Y tenía razón. En
esta nueva temporada de Twin Peaks cada capítulo es una sucesión de historias,
interrelacionadas la mayoría de ellas, pero sin conexión otras, y eso hará que
nos devanemos los sesos intentando encontrar sentido a lo que estamos viendo.
Además, las
actuaciones musicales que se incluían en cada episodio a veces enriquecían lo
que veíamos, pero muchas veces lo que hacían era desconcertarnos más, de manera
que no sabíamos si no se trataría de una broma más de Lynch.
En definitiva,
una historia que no es para todos los públicos, pero no porque haya sexo o
violencia en ella, sino por su complejidad.
Que es mucha.
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