Ayer
se cumplieron 34 años que la Constitución fue votada en referéndum.
34 años ya. Si fuera persona, con suerte, tendría un trabajo
precario.
Claro
que después de tanto tiempo, hay quien dice que tal vez estaría
bien reformarla para adaptarla a los tiempos. Y la verdad, yo creo
que tienen razón.
Podría
ponerme pedante y recordar que Thomas Jefferson, tercer Presidente de
los Estados Unidos (y artífice de la primera excavación
arqueológica científica de la Historia, por cierto) decía que las
Constituciones deberían cambiarse cada veinte años, para que las
leyes de los muertos no gobernaran a los vivos. O decir que si hace
34 años que se aprobó y que para votarla entonces había que tener
18 años, no la votó nadie menor de 52 años.
Pero
no es necesario. El argumento que me parece más interesante para
plantear la necesidad de una reforma (o actualización, si os gusta
más) es el hecho de que, aunque en su momento la promulgación de la Constitución respondió a las ganas de libertad de una sociedad que vivía un momento muy complejo, la sociedad ya no es igual que entonces, sino que ha cambiado mucho. Y si la sociedad ha cambiado durante estas
más de tres décadas (y no hay duda de que lo ha hecho), es lógico
que la Ley suprema deba sufrir transformaciones acordes con ese
cambio de la sociedad.
O al
menos eso pienso yo, vaya.
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