lunes, agosto 17, 2009

Las arenas del olvido

Como todas las mañanas, leía el períodico en su edición digital cuando un titular llamó su atención: "Descubierto el mecanismo neurológico que permite al cerebro gestionar los recuerdos". Parecía interesante, así que entró en el reportaje para leerlo. Mucho término técnico, alguna idea llamativa, pero, en definitiva, nada que hiciera presagiar una pronta aplicación de ese descubrimiento.
Pero entonces, su imaginación comenzó a volar, y imaginar en qué campos podría aplicarse ese descubrimiento. Tal vez, pensó, dentro de unos años, se puedan eliminar los malos recuerdos. Esa idea le recordó una película de la que había oído hablar tiempo atrás, precisamente sobre algo parecido: La invención de una tecnología que permitía eliminar selectivamente recuerdos, hasta el punto de llegar a olvidar a personas concretas.
¿A quién olvidaría él? No tenía enemigos, nadie le había hecho daño, su infancia había sido razonablemente feliz y tenía la suerte de mantener a su lado a las personas a las que quería. ¿De verdad no conocía a nadie a quien olvidar?
Entonces cayó en la cuenta. Tal vez a quien debiera olvidar fuera a ella. ¿Y quién es ella? Es igual, ella por antonomasia, todos tenemos una y entre hombres basta responder a la pregunta de "¿Ésa quién es?" con un escueto "Ella" para que no haga falta decir nada más.
No le había hecho daño, claro. Ella no lo haría. Es más, incluso él le debía cosas a ella. Como el haberle ayudado a descubrir que, en el fondo era buen tío. Sí, porque cuando la vio baja de moral, en vez de portarse como un buitre y tratar de aprovecharse de ello, prefirio ayudarla. "Menuda forma de descubrir que soy buen tío", pensaba a veces. "Con lo que hubiera molado descubrirlo haciendo un sacrificio supremo por la Humanidad que me convirtiera en leyenda, o, después de ganar muchísima pasta en los Euromillones, creando una importante fundación que convierta el mundo en un lugar mejor. Pero a los tíos como yo sólo nos sale ser buena gente con cosas sencillas".
Y a pesar de todo, la presencia de ella le había hecho cometer errores de los que se arrepentía, y el recuerdo a veces le atormentaba y le hacía preguntarse cosas. ¿Cómo se puede estar confuso teniendo los sentimientos tan claros? ¿Cómo nos podemos equivocar en lo único de lo que hemos estado seguros?
Pero entonces se dio cuenta de que el olvido sería un castigo que ella no merecía.
Tal vez el error había sido de él.

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