Se sentía como un vulgar mirón. Pero es que lo era. A través de la rendija de la puerta la había estado espiando. Y había descubierto su secreto.
Estaba sorprendido, pero nada más. Además la quería, y sabía que no era mala. Estaba seguro de que lo había hecho por accidente. Seguramente, pensaba, se sentiría muy culpable. "Necesita ayuda", se dijo, "esto es demasiado para una sola persona".
Decidió que él le daría esa ayuda. Quería ayudarla. Ella merecía que la ayudara. Por todas las veces que ella lo había ayudado a él.
Juntos podrían encontrar una solución. O una manera de que no se supiera.
Él quería avisarla de que no le diría nada a nadie, que sólo la ayudaría a guardar el secreto y a intentar evitar que se volviera a producir. Nadie tenía porqué enterarse de esas cosas.
¿Cuándo se lo diría? Tenía que ser cuanto antes, claro. Esta misma noche. Pero se iban a ver con todo el grupo, no habría ocasión. Aunque podría cogerla de la mano y llevarla a un lugar tranquilo. Los demás pensarían que no iban precisamente a hablar y no se harían preguntas.
Sus divagaciones cada vez eran más confusas. Pero es que él estaba cada vez más confundido.
¿Qué podía hacer? La respuesta no era fácil.
Entonces tomó la decisión. Entraría en ese mismo momento en la habitación en la que estaba ella y le diría que lo sabía todo pero que no iba a decírselo a nadie.
Y lo hizo, sin saber que ella, que aún tenía el cuchillo ensangrentado en la mano, no pensaba dejar vivo a ningún testigo de sus crímenes.
Estaba sorprendido, pero nada más. Además la quería, y sabía que no era mala. Estaba seguro de que lo había hecho por accidente. Seguramente, pensaba, se sentiría muy culpable. "Necesita ayuda", se dijo, "esto es demasiado para una sola persona".
Decidió que él le daría esa ayuda. Quería ayudarla. Ella merecía que la ayudara. Por todas las veces que ella lo había ayudado a él.
Juntos podrían encontrar una solución. O una manera de que no se supiera.
Él quería avisarla de que no le diría nada a nadie, que sólo la ayudaría a guardar el secreto y a intentar evitar que se volviera a producir. Nadie tenía porqué enterarse de esas cosas.
¿Cuándo se lo diría? Tenía que ser cuanto antes, claro. Esta misma noche. Pero se iban a ver con todo el grupo, no habría ocasión. Aunque podría cogerla de la mano y llevarla a un lugar tranquilo. Los demás pensarían que no iban precisamente a hablar y no se harían preguntas.
Sus divagaciones cada vez eran más confusas. Pero es que él estaba cada vez más confundido.
¿Qué podía hacer? La respuesta no era fácil.
Entonces tomó la decisión. Entraría en ese mismo momento en la habitación en la que estaba ella y le diría que lo sabía todo pero que no iba a decírselo a nadie.
Y lo hizo, sin saber que ella, que aún tenía el cuchillo ensangrentado en la mano, no pensaba dejar vivo a ningún testigo de sus crímenes.
4 comentarios:
Precioso, Pablo, precioso. Echaba de menos tus microrrelatos. Te recomiendo leer los de Cabrera Infante, tanto los de "Vista del amanecer en el Trópico", como los que introducen cada capítulo de "Así en la paz como en la guerra".
Un abrazo. Pedro.
Muchas gracias, Pedro.
Lo escribí ayer, y no pensaba colgarlo hasta dentro de varios días (antes queria dar algo de rodaje al texto que colgué ayer), pero me gustó tanto cómo me había quedado que preferí que lo leyerais ya.
Un abrazo.
Hola.
Pablo, no sabes que si la policía se entera irás a la cárccel?
Has sido testigo y quieres ser cómplice!
Muy bueno, sí señor: muy bueno.
De veras que sí.
Niño un biquiño desde Coruña.
Diana.
Muchas gracias, Diana.
Un beso.
Publicar un comentario