Hola a todo el
mundo:
Estas últimas
semanas hemos tenido la oportunidad de escuchar noticias muy
diferentes, pero todas ellas de mucho calado. Por un lado, hemos
podido escuchar aterradoras noticias sobre mal nacidos que mataban a
sus antiguas parejas, dejándonos claro que todavía hay mucho que
hacer en materia educativa para desterrar estas malas actividades.
Por otro lado, hemos asistido con estupor al hecho de que un Ministro
de nuestro Gobierno se haya reunido con un delincuente varias veces
imputado, es decir, algo que en cualquier otro país habría supuesto
la destitución del Ministro en cuestión, y, de paso, el
cuestionamiento del propio Gobierno. Pero esto es España, y aquí
nunca pasa nada.
Sin embargo, como
bien sabéis, a mí no me gusta hablar de temas “serios” durante
el verano, así que no voy a referirme a ninguna de estas cuestiones.
Hoy prefiero hablar de cultura. O de algo así.
De todo@s l@s que me
conocen es sabido que no me gusta el toreo. Un espectáculo que se
basa en torturar y hacer sufrir a un animal no me parece divertido ni
apropiado para nadie, y me cuesta mucho ver lo que pueda haber de de cultural o de artístico en él. Pero hasta ahora, yo nunca había recibido
ataques por pensar así. Sin embargo, hace unas semanas, alguien muy cercano
a mí, pero también muy amante de la llamada “fiesta nacional”
me dijo que, tal vez, me “debería hacer mirar” mi falta de
interés por los toros, ya que grandes intelectuales, como Hemingway,
Picasso o Lorca, sí eran aficionados. Y eso me tocó las narices.
No solo por el hecho
de que los ejemplos que me diera fueran lo bastante antiguos como
para que fuera muy fácil decir que no es comparable porque “eran
otros tiempos”, sino porque, por muy grandes intelectuales que
fueran y por mucho que su obra pueda gustarme, eso no me obliga a
pensar en todo como ellos.
Pero además, para
venir a cabrearme más, no hago más que encontrarme con
declaraciones de personas vinculadas al mundo del toro en las que
atacan a los que no lo aceptamos, como el torero que nos despreciaba
o el empresario de la plaza de Gijón, que decía que es peor para
los niños un desfile de las fiestas del Orgullo Gay.
Todo eso, unido a
las engañosas cifras del toreo y a otros datos que he ido conociendo
últimamente, me lleva a concluir que el toreo no es más que un
espectáculo que funciona solo gracias a las subvenciones públicas,
y que cuando estas desaparezcan, desaparecerá con ellas, debido a la
falta de interés y, sobre todo, a su total inviabilidad económica.
Y, desde mi punto de vista, lo único
seguro es que si desaparece el toreo los que desparecerán con él serán los
toreros, pero no los toros.
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