martes, mayo 19, 2015

Reflexiones sobre la función pública

Muy buenas a todo el mundo:
Recordaréis que Juan Rossell, presidente de la CEOE, hizo el otro día unas declaraciones en las cuales abogaba por la privatización de la sanidad y la educación para que fueran más “productivas”. En primer lugar, el hecho de que las haga como presidente de una Confederación que defiende los intereses de los empresarios privados, pero que está financiada con dinero público, es, como mínimo, sorprendente. Pero, al margen de ese hecho, hoy quisiera hacer algunas reflexiones sobre la importancia que tiene el sector público en general, y más en particular la sanidad y, sobre todo, la educación, en un país como el nuestro.
En primer lugar, la existencia de servicios públicos asegura que cualquier ciudadano (o ciudadana) pueda acceder a ellos independientemente de su nivel económico, lo que asegura una cobertura universal de las necesidades de la ciudadanía.
En segundo lugar, las exigencias para entrar a formar parte de los cuerpos de funcionarios son, al menos en nuestro país y en el ámbito de la educación, que es el que más conozco, muy superiores a las que tienen los que prestan servicios análogos en el sector privado. Eso se hace para asegurar que solo puedan prestar esos servicios los profesionales mejor preparados y más eficientes.
Se habla mucho de que los funcionarios son unos privilegiados, por su sueldo y sus vacaciones. Eso es mentira. Por cada funcionario de nivel “alto”, que puede tener un sueldo más o menos elevado, hay otros que pueden ser interinos a media jornada (o incluso, contratados por días), o simplemente funcionarios de nivel más bajo, cuyos sueldos son más modestos, e incluso, en algunos casos, directamente bajos. Pero lo más relevante que hemos de recordar cuando hablamos del sueldo de los empleados públicos es que los que más ganan no son los funcionarios por oposición, sino los "asesores", puestos a dedo por los políticos, que son muchos más de los necesarios y cobran infinitamente más que los funcionarios de verdad.
Cuando se habla de la educación, se critica la gran cantidad de vacaciones que se tienen o las “pocas” horas al día que se trabaja, y eso es, en cierto modo, una falacia. Sí es cierto que el horario de un docente puede tener veinte o veintitantas horas semanales, pero en ese horario no se contemplan claustros o juntas de evaluación, a las que hay que asistir, pero que no se incluyen en el horario. Ni, por supuesto, las horas que hay que dedicar a preparar las clases o los materiales que se van a facilitar a los alumnos, ni las muchas horas de formación permanente que se exige realizar.
También se habla mucho de la supuesta mayor eficacia de lo privado frente a lo público, que también me parece muy llamativo. En primer lugar, porque, por ejemplo, en el caso de la sanidad, la comparación con países, como Estados Unidos, donde prima lo privado, o con países como Alemania, con modelos mixtos, la diferencia de gasto demuestra que lo privado suele ser más caro para las arcas estatales. Además, como se ve en muchos casos, en el caso de la sanidad, los centros privados hacen solo las intervenciones más sencillas y baratas, mientras que tratamientos más complejos y caros se derivan a una sanidad pública que, por definición, siempre va a tener (o debería tener), más medios, en tanto que está respaldada por un Estado.
En segundo lugar, si hablamos de educación, a todos se nos llena la boca hablando del informe PISA y de los buenos resultados de países como Finlandia, pero muy poca gente dice que en Finlandia, la educación privada supone solo el tres por ciento del total de la educación, y la educación concertada no existe.
Por último, en tercer lugar, esa supuesta mayor productividad de lo privado me hace reír cuando recuerdo la necesidad que ha habido de subvencionar (o incluso rescatar) a tantas empresas privadas.
Para que luego digan.

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