Desde hace algún
tiempo, estamos asistiendo a la progresiva pérdida de relevancia del
principal partido de la oposición, el PSOE, que cada vez más parece
envuelto en un proceso de desarticulación, con un líder falto de
carisma y al que nos cuesta mucho tomar en serio, y con fricciones
internas que se han saldado con la salida de algunos de sus miembros.
Claro, que también
en otros partidos de izquierda, como Izquierda Unida, estamos viendo
fricciones internas (como las que llevaron a la salida de Tania
Sánchez de la coalición). Sin embargo, en IU se está sabiendo
responder a todo esto de forma mucho más efectiva (o, al menos, menos chapucera).
En un momento en el
que la desastrosa gestión del Partido Popular en el Gobierno central
está haciendo que cada vez más votantes del PP se planteen su voto,
la pregunta es obvia: ¿por qué el PSOE no es capaz de rentabilizar
electoralmente ese descontento hacia el PP?
Podríamos pensar
que los errores de los tiempos de Zapatero todavía pesan, y
seguramente para algunas personas sea así. O podríamos pensar
también que mucha gente prefiere “pasarse” a Podemos, que
también puede ser.
Sin embargo,
buscando una explicación más global y menos centrada en la política
nacional, podemos abrir nuestro punto de vista y darnos cuenta de que
la socialdemocracia está perdiendo peso en toda Europa. Y entonces,
la pregunta sería: ¿por qué la socialdemocracia, que
tradicionalmente ha sido la corriente que ha servido de contrapeso a
los desmanes de los partidos conservadores, cada vez tiene menos
peso?
Durante los años
ochenta y noventa, los partidos socialdemócratas se enfrascaron en
la búsqueda de la llamada Tercera Vía, que, entre otras cosas,
supuso que esos partidos socialdemócratas fueran perdiendo interés
en sus bases sociales de carácter obrero (la “O” de PSOE), para
volver la mirada hacia las cada vez más numerosas y boyantes clases
medias. De este modo, olvidaron a la que, hasta ese momento, había
sido su principal base social.
A la vez, en países
como Gran Bretaña, los Gobiernos conservadores, con el de Thatcher como ejemplo paradigmático, llevaron a cabo una campaña de
desarticulación y desprestigio de los sindicatos, que supuso destrozar el poder
sindical. Así, la clase obrera perdió, de un plumazo, el apoyo
político y sindical con el que había contado hasta ese momento.
Y ahora, en este
momento de crisis, esa clase obrera se encuentra, en buena parte,
desorientada, al no tener un partido al que volver la mirada, ya que
comprende que los partidos socialdemócratas ya no están interesados
en ella, y entonces se produce lo que vimos hace algunos meses en las
elecciones europeas y hace algunas semanas en Grecia: que ese voto
que antes iba a partidos socialdemócratas o incluso comunistas ha
pasado a partidos ultraderechistas por un lado, o a partidos como Syriza y
Podemos por otro.
Debería hacernos
pensar. Y, sobre todo, debería hacer pensar a los políticos del
PSOE.
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