Una
de las noticias de estos últimos meses fue la exhumación del dictador
Francisco Franco de su mausoleo en el Valle de los Caídos. Y, desde mi punto de
vista, ya era hora.
Una
alumna me preguntaba en clase que por qué se había hecho. Y yo, aprovechando
que estábamos en el tema de la Geografía Política, le dije que en un país
democrático no tendría por qué haber un monumento que honrase a un dictador. No
consideré necesario dar más explicaciones ni creo que hiciera falta que las
diera.
Después,
hablando con un compañero, que sabe más que yo y cuyo compromiso intelectual
respeto profundamente, me dijo que, si bien esta exhumación no era urgente
(como ya queda claro por el tiempo que pasó), sí era necesaria.
Era
necesaria para cerrar de una vez las heridas de quienes no quieren ver a un
dictador enterrado con honores. Era necesaria para cumplir con la Ley de Memoria Histórica. Y es necesaria porque es un primer paso para dejar esa
oscura página de nuestra Historia cerrada. Un paso pequeño, sí, pero un paso
importante.
Además.
Ya que el gobierno no va a derogar la reforma laboral ni la LOMCE y parece que
va a abaratar el despido, por lo menos, que cumplan alguna promesa electoral.
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