Preparativos:
Un
evento de carácter personal que no viene al caso comentar fue el motivo por el
cual C. y yo decidimos hacernos un viaje chulo para este verano. Después de
mucho reflexionar, nos decidimos por un paquete cerrado que incluía unos pocos
días en Nueva York y otros pocos en San Juan, la capital de Puerto Rico. Así que
preparamos las maletas para irnos para allá.
9
de agosto:
El
viaje empezó cuando de madrugada cogimos un autobús en Oviedo para ir hasta el aeropuerto
de Barajas. Esta vez el viaje en autobús sirvió para que los dos pudiéramos
dormir, de manera que esta primera etapa del viaje se pasó muy rápida para
ambos.
Después
de llegar al aeropuerto, allí estuvimos algunas horas para facturar, pasar
controles de seguridad y esperar, y finalmente nos subimos al avión para
afrontar ocho horas de viaje hasta el aeropuerto de Newark, que en realidad
está en Nueva Jersey, no en Nueva York. Cuando llegamos y un transporte nos
esperaba para llevarnos al hotel, empezó lo verdaderamente bueno de este viaje.
La
verdad, durante el trayecto hacia el hotel nos transformamos, sobre todo yo, en
unos híbridos de Paco Martínez Soria y fan de Woody Allen cuyas conversaciones
giraban en torno a todo lo que estábamos viendo. “¿Has visto ese Ford Mustang?”
“Te has fijado en ese rascacielos?” “¿Has visto ese taxi? ¿Y ese autobús
escolar?” No puedo hablar en nombre de C., pero yo me enamoré de la ciudad
antes incluso de poner el pie en ella.
Llegamos
al hotel, uno muy moderno y en cuyos ascensores sonaba música de películas y
series de la tele, que está en el barrio de Hell’s Kitchen, al norte de la isla
de Manhattan. Después de ducharnos, salimos a explorar, llegando hasta el
teatro al que íbamos a acudir al día siguiente, en algunos momentos canturreando "New York, New York". Una cena en la terraza de un
restaurante Tex-Mex cercano al hotel (quesadillas y enchiladas regadas con
cerveza mexicana), en el que descubrimos que en los Estados Unidos en la carta
no se ponen los impuestos indirectos y que en la cuenta se indica la propina
que se espera que paguemos.
De
vuelta al hotel, preparamos todo para el día siguiente.
10
de agosto:
El
despertador sonó muy temprano, porque queríamos hacer muchas cosas. Después de
un desayuno “típico” en el hotel (huevos revueltos, panceta frita y crujiente,
y salchichas, con café y zumo), salimos a callejear por la ciudad. Nuestra
primera idea era ir al edificio Chrysler, pero nos equivocamos de calle (una
vez más, nuestra proverbial falta de atención), aunque eso no nos impidió pasar
por delante de la sede de la revista New Yorker y del Madison Square Garden, y
también encontrar donde comprar el New York Post y algunos regalos para las familias.
Llegamos al Empire State Building, y entramos a visitarlo.
Los ascensores que
llevan hasta los pisos superiores muestran un vídeo en su techo mientras suben,
para que no nos aburramos. Desde el mirador de arriba, localizamos el edificio
Chrysler, así que hacia allí nos dirigimos, parando antes en la estación Grand Central Terminal y pasando por delante de la Biblioteca Pública.
De
allí nos fuimos hacia el Rockefeller Center, para subir al mirador Top of the Rock,
desde el que pudimos ver Central Park y también el Empire State y el Chrysler.
Eso sí, antes de subir, como teníamos que esperar media hora, nos comimos un
bocata, para hacer tiempo y porque también había algo de gusa.
Antes
de salir del complejo, pasamos por una librería, y allí empecé a sobrecargar de
verdad mi maleta, con una copia de Matar a un ruiseñor, que el librero me dijo
que era uno de sus libros favoritos.
Volvimos
al hotel, no sin antes pasar por Times Square y ver al Naked Cowboy, y también
pasando por delante de restaurantes como el Bubba Gump (basado en la peli de
Forrest Gump) o el Lucille, que perteneció a B. B. King.
En
el hotel descansamos un buen rato, porque la tarde-noche va a ser intensa, ya
que teníamos que ir al Neil Simon Theatre para ver una nueva versión del
musical Cats, compuesto por Andrew Lloyd Webber. En la cola para entrar
conocimos a dos señoras muy majas, una de Ohio y otra de Texas, que, al
escucharnos hablar entre nosotros en una lengua “rara”, nos preguntaron de
dónde éramos.
El
musical, como mucha gente sabe ya, cuenta la historia de unos gatos (los gatos
Jélicos) que deben decidir quién de entre ellos renacerá en una nueva
existencia. El montaje es muy dinámico y resultaba sorprendente ver cómo la
obra gustaba tanto a adultos como a niños. Después, cenamos una hamburguesa en
un McDonald’s cercano, y al hotel, que mañana hay que madrugar mucho.
11
de agosto:
El
despertador volvió a sonar muy temprano, porque este día queríamos hacer muchas
cosas, así que nos levantamos a las seis y media, y, después de una ducha, nos lanzamos
a la calle. Compramos el New York Times y la revista New Yorker y desayunamos
en un Dunkin’ Donuts justo antes de, en Times Square, coger un metro hasta el
muelle en el que cogimos el ferry hacia la isla de la Libertad para ver la
Estatua. No la pudimos ver por dentro porque se nos había olvidado reservar la
visita, pero sí hicimos muchas fotos alrededor y, de paso, nos compramos un
facsímil de la Constitución de los Estados Unidos.
Otro
ferry y nos dirigimos hacia la isla de Ellis, lugar al que llegaban los inmigrantes
procedentes de todo el mundo y en el que hoy hay un interesante museo de la
inmigración que, salvando las distancias, me recordó bastante al Museo de Indianos que hay en Asturias, sobre todo por la sobrecarga de información que
se sufre al visitarlo. Con la promesa de volver en otra ocasión con más tiempo,
nos volvimos de nuevo a Manhattan.
Nos
acercamos al Memorial del 11-S, que visitamos con interés y respeto, justo
antes de comer algo también típico de Nueva York: unos perritos calientes
comprados en la calle. Después, nos acercamos hasta un outlet del que nos
habían hablado, en el que pudimos comprar algo de ropa a un precio
sorprendentemente barato. Desde allí nos dirigimos hacia Wall Street para
conocer la zona financiera.
De
vuelta al hotel para descansar, supimos que el transporte para llevarnos al día
siguiente hasta el aeropuerto iba a llegar a las tres y media de la mañana, así
que nos teníamos que acostar pronto. Salimos a cenar unos trozos de pizza cerca
del hotel y a la cama, que mañana sí que hay que madrugar mucho.
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