- Canta, hijo de puta. ¿A quién se lo estás pasando?
El sargento Jaúregui no paraba de preguntar con una agresividad cada vez mayor a un sorprendido agente Félix que juraba por lo más sagrado que no sabía nada.
Y la verdad es que no lo sabía. Fue su maldita mala suerte la que le hizo tener como compañero a un guardia que sí estaba pringado. Era él el que podría responder a las preguntas del sargento. Pero, sin embargo, el que estaba en esa habitación no era el verdadero culpable, sino él, Félix.
Y la verdad es que no lo sabía. Fue su maldita mala suerte la que le hizo tener como compañero a un guardia que sí estaba pringado. Era él el que podría responder a las preguntas del sargento. Pero, sin embargo, el que estaba en esa habitación no era el verdadero culpable, sino él, Félix.
Sabía que su
compañero estaba pringado porque él mismo se lo había contado una noche que las
copas se le habían subido a la cabeza. Le contó cómo, la primera vez, había sido
fácil. Simplemente tenía que estar a veinte o treinta kilómetros de Barbate (“pan y
chocolate” le habían dicho el primer día que había llegado allí, y ahora lo
entendía), para que se pudiera descargar la droga. A cambio, un paquete con
diez mil euros había abierto el cielo para un guardia civil que estaba
cobrando mil quinientos al mes y que tenía una familia con dos niños que mantener
y una hipoteca. Había sido dinero fácil.
Pero es que la
primera vez siempre es fácil. Después ya no lo es tanto, y entonces todo
consiste en hacer la vista gorda mientras pasan por delante de ti camiones que
sabes que llevan droga. Y ya no es fácil, porque cuando ya no se quiere seguir
con el negocio, sus nuevos amigos le recuerdan a uno que saben a qué colegio
van sus hijos, y le dicen que sería una pena que algún borracho fuera
conduciendo su coche a la hora en que los niños salen de clase.
A partir de ese
momento, le dijo su compañero, sabes que ya te tienen cogido por los huevos y
que no vas a poder dejarlo.
Precisamente por
eso Félix nunca había querido pringarse. Porque además sabía que cuando
pillaban a un compañero que colaboraba con el narco no era porque la Brigada de
Información lo hubiera descubierto, sino porque alguien había dado el
chivatazo. Y normalmente, ese alguien era otro guardia pringado que quería
eliminar a la competencia. Entonces pillaban al que estaba en Barbate,
decomisaban un alijo allí, pero a la vez estaba entrando otro mayor por
Algeciras.
Y entonces, un
guardia civil mal pagado que tan sólo quería proteger a su familia se encuentra
con el agua al cuello.
Y, de paso,
también su compañero. El que nunca quiso saber nada de drogas ni de nada de eso,
ahora estaba también en problemas. Con los ojos inyectados en sangre y
el aliento a tabaco negro del sargento Jáuregui a un palmo de su cara
repitiendo una y otra vez “Canta, hijo de puta. ¿A quién se lo estás pasando?”
Imagen de dominio público elaborada por el usuario Zxc tomada de aquí.
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