Hace algunos días, justo cuando llegué a casa después de ver Rogue One, me puse a ver la tele, y en alguna cadena generalista estaban
poniendo Demolition Man. No voy a mentiros: Demolition Man es un pecado
inconfesable que tengo como aficionado al cine. Es una película que me
entretiene. Qué narices. Es una película que me gusta.
No sé si me gusta porque se trata de una parodia de
las películas que hacían sus protagonistas, que se ríen de sí mismos, porque es
un entretenimiento sin mayores pretensiones o porque, tal vez, sólo tal vez,
tiene algo más.
No sé si habéis leído Un mundo feliz, de Aldous Huxley, pero si lo habéis hecho y luego veis esta película, encontraréis un
montón de referencias. Desde el nombre del personaje de Sandra Bullock, Lenina
Huxley, que se llama como la protagonista del libro y se apellida como su autor,
hasta una frase que dice Simon Phoenix (interpretado por Wesley Snipes). Pero
también por la situación descrita en la película, de un mundo tan inocente y
tan alejado de maldad y sufrimiento que es el mismo de la novela.
Tanto la película como la novela serían una sátira
de un mundo perfecto en el que todo el mundo es feliz, pero en el que se ve el
conflicto con un personaje que no encaja, bien porque se niega a aceptar el
“progreso” (John el Salvaje en la novela) o simplemente porque viene del pasado
(John Spartan, interpretado por Sylvester Stallone, en la película). Eso sirve
como una manera de ver la distancia que puede haber entre los que se introducen
de lleno en una sociedad y viven perfectamente integrados en ella, y aquellos
que, por la causa que sea, no terminan de encajar.
Y eso se ve también en Demolition Man, a pesar de
que nada más (y nada menos) se trata de un entretenimiento.
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