Muy
buenas a todo el mundo, y felices fiestas:
Vuelvo
hoy con una de mis sanas costumbres de final de año: la elección de mi “libro
del año” de entre todos los que leí. La verdad, los primeros meses de este año
no leí demasiado y menos ficción, siendo La conjura de los necios una de las
pocas novelas que cayeron en mis manos esos primeros meses.
Sin
embargo, a partir del verano, empecé a leer mucho más, tanto en papel como en
formato digital, y con la “vuelta al cole”, leí todavía más, aprovechando los
trayectos para hacerlo.
Así,
cayeron novelas de autores que antes me gustaban pero que había abandonado,
como París en el siglo XX, de Verne, a la vez que libros más densos, como uno
sobre Wikileaks. Pasé de libros que leí para buscar ideas para mi trabajo, como
Hombres buenos, de Reverte o La voz dormida, de Dulce Chacón, a otros que leía
por gusto, como El corazón de las tinieblas de Conrad o El viejo y el mar, de
Hemingway, que es el libro que elijo como mi “libro del año”.
Ayer
mismo, uno de mis lectores más fieles se extrañaba de que yo nunca hubiese
leído ese libro. Y tiene razón. Hemingway nunca fue uno de los autores que más
me han llamado la atención, y además, como sabéis, en mí es muy típico que
antes de leer el libro que me interesa, “salga a mi encuentro” otro u otros más
que, a veces por obligación y otras veces por curiosidad, me obligan a dejar el
que quiero leer para más adelante. Y es por eso que El viejo y el mar no cayó
entre mis garras hasta hace algunas semanas.
Esa
novela, ambientada en La Habana, nos cuenta la historia de Santiago, un anciano
pescador que, en medio de una mala racha que está pasando durante la que no es
capaz de pescar nada, se hace a la mar solo y, mientras lucha por hacerse con
un enorme pez espada, recuerda sus vivencias. A lo largo de las páginas,
escritas con una viveza tan grande que casi podemos oler el mar mientras
leemos, percibimos el coraje de Santiago, que lucha tenazmente contra la
resistencia del pez y que después protege su captura de los tiburones que le atacan.
Aunque
gente que sabe más que yo encontró una gran cantidad de cuestiones a las que
prestar atención en esta novela, yo me quedo con la idea de la lucha contra la
adversidad sin desfallecer ante las adversidades, que creo que es lo que define
a Santiago.
Es
un libro breve, pero también apasionante y trepidante que me ayudó a
sobrellevar algunos trayectos de la manera más divertida posible.
Y
por eso os lo recomiendo.
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