Hola a todo el
mundo:
Como tod@s sabéis,
el verano me sirve para olvidarme de las cosas serias y de la
realidad. Y, por eso, una de las cosas que más me gustan del verano
es la posibilidad de hacer cosas que durante el resto del año vamos
postergando por falta de tiempo, como releer esos libros que tantas
ganas tenemos de volver a tener en las manos.
Este año uno de los
libros que decidí releer fue Cien años de soledad, del gran Gabriel García Márquez, por un lado, porque es uno de mis libros favoritos,
y por otro, por rendir un homenaje a su autor, que hace poco nos
dejó.
Así que la semana
pasada me puse a leer otra vez la saga de los Buendía, con el miedo
de tardar en leérmela, igual que la otra vez había tardado varias
semanas. Sin embargo, esta vez, gracias a que ya lo conocía, la
lectura fue mucho más fluida, y así tardé menos de una semana en
recorrer los vericuetos de la historia de los Aurelianos y José
Arcadios.
Tradicionalmente se
dice que García Márquez es un autor en cuya obra se observa un
estilo de corte muy popular, cercano a nuestra experiencia cotidiana
y con una espontaneidad muy grande. Sin embargo, no estoy de acuerdo.
Una obra como Cien años de soledad implica un trabajo muy grande, de
forma que lo que podemos leer ahí no apareció sobre el papel de
manera espontánea, sino después de un arduo trabajo. Y de ese
trabajo viene el carácter de joya que tiene esta novela.
Además, la segunda
lectura de este texto me sirvió para fijarme en una serie de
detalles que, la primera vez me habían pasado desapercibidos, de
manera que pude ver el carácter casi visionario de esta obra,
todavía más claro si tenemos en cuenta que la primera edición de
esta novela es de 1967. Más en concreto, la edición que me leí las
dos veces es una que estaba en casa, anterior a mi nacimiento
(concretamente de 1979), en cuya contraportada podemos leer todavía
su precio: 190 pesetas.
O sea, que por menos
de dos euros de los de ahora tengo un libro que me asegura que
disfrutaré durante cien años… o más.
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