Hola a todo el mundo:
No suelo recibir colaboraciones en este blog, pero esta vez tengo el lujo de contar con la de uno de mis colegas, el también historiador Miguel Menéndez, que me ha enviado este texto sobre la situación actual de Ucrania. Disfrutadlo:
Los acontecimientos en Ucrania
han venido a demostrar dos cosas: la primera es que los euroescépticos que lo somos a la fuerza
(es decir, que no carecemos de interés por un proyecto europeo pero la palabra
neoliberalismo se nos atraganta como a otros la palabra solidaridad o el
concepto de justicia social) tenemos motivos más que de sobra para continuar siéndolo, vista la actitud de la UE
ante un gobierno surgido de una votación parlamentaria en la que
faltaba la mitad de la Rada y custodiada por poco menos que matones en la
puerta, curiosamente afines al partido que se ha hecho con el poder. Un espectáculo lamentable, que demuestra
una vez más que cuando hablamos de parné, la vieja Europa y los jóvenes Estados Unidos no tienen
ningún problema en ir de la mano. Porque lamento ser tan adepto y adicto a
la realpolitik, pero en el caso ucraniano no hablamos de revolución, ni de europeísmo o post-sovietismo. Hablamos
de pasta. Y de mucha.
Hubo una lógica y una dinámica prerevolucionaria en
Ucrania, pero se la han robado al pueblo en sus propias narices para utilizarla
a favor de los que una buena parte de los presentes en el Maidan rechazan: el
partido Batkivshchyna. Y no, pese a lo que diga Marhuenda, el ABC o cualquiera
de los palmeros y voceros de lo que nos ronda por aquí, Batkivshchyna no es equivalente a los manifestantes de la
Plaza de la Independencia. Es una parte, una minoría, pero quizá
la única minoría con medios para responder
cuando Yanukóvich se creyó capaz de controlar la situación a golpe y disparo. Las
elecciones se han fijado en Mayo; no entiendo muy bien por qué
tres meses, aunque
si miramos en nuestra propia casa, no puedo evitar pensar que es para que al
nuevo gobierno de Kiev le dé tiempo a vender el país a trozos y a endeudarlo hasta
las cejas con nuestros nuevos viejos amigos: la troika y el FMI. Una historia
que resulta familiar. Al Sur ya no pueden exprimirlo más, y me temo que han puesto el
punto de mira en el Este.
Pero quizá
más importante es la segunda:
Rusia se ha hartado de poner su mejor cara a Occidente. Como anécdota, el jueves pasado, recién formado el nuevo
pseudogobierno de Kiev, tomaba café con dos amigos que estaban un poco perdidos
sobre quién es quién en Ucrania, gracias sobre todo a la magnífica (nótese la ironía) cobertura hecha de las
protestas por los medios españoles, excepto por personas como Alberto
Sicilia, todo un ejemplo de periodismo vocacional y valiente. La reflexión sobre por qué
el periodismo libre
y de calidad en este país parece que ha quedado relegado a sitios
como Twitter o blogs personales mejor para otro día.
El caso es que me preguntaron
(la cara y la cruz del historiador) qué iba a pasar. Yo les explicaba
que Rusia no iba a consentir bajo ningún concepto intromisiones en
Crimea, y afirmé que además dudaba mucho que se quedara de brazos cruzados con el resto del país, y que no descartaran una
intervención militar aunque fuera de baja intensidad, especialmente en la península. Me miraban horrorizados,
como si no se lo pudieran creer. Como si de repente hubiese vuelto la Unión Soviética. Les expliqué
que no tenía nada que ver con la URSS, al
igual que en la época de la URSS ese tipo de acciones (p.e. Afganistán) no tenían mucho que ver con la URSS.
Geoestrategia y Geopolítica. Just Business. Al día siguiente, “paramilitares”
que resultaron ser
rusos ocupaban el Parlamento de Crimea y los aeropuertos de Sebastopol y
Simferopol. Hoy lunes, Crimea está bajo control ruso, y me atrevería a decir que una larga sombra
de incertidumbre se extiende por el resto del país. Medvedev ha anunciado la
ejecución de un acuerdo (con una extraña vehemencia que dudo sea
casualidad) firmado entre Rusia y la Ucrania de Yanukòvich por el cual se construye un
puente sobre el estrecho de Kerg, para literalmente unir Crimea y Rusia.
Desde luego no seré
yo quién defienda a Putin, y cualquiera
que me conozca sabe que me parece uno de los gobernantes más esperpénticos que Rusia ha tenido la
desgracia de padecer y que su historial de asuntos internos (las chicas de
Pussy Riot, su homofobia, la sombra de Litvinenko, Chechenia…) demuestra que no es lo que personalmente
llamaría un “demócrata de toda la vida” al igual que no se lo llamo a muchos de los
que padecemos por estas latitudes. Lo que quiero remarcar es que es el mismo
perro con otro collar. Europa y Estados Unidos están, como Frank Zappa, en esto por
la pasta. Rusia también. No tenía intereses geopolíticos en Libia ni los tiene en
Siria, pero en Ucrania sí, y bastantes. El caso, como siempre es lo
que queda en medio.
Por consiguiente, lo más triste es la conclusión: parece ser que cuando los
ricos hablan de sus cosas los pobres tienen que callarse, porque nadie les va a
escuchar. El pueblo ucraniano, el que resistió en el Maidan, han visto su
revolución robada por los políticos contra los que buena parte de los manifestantes protestaban. Yanukovich
y su régimen de oligarcas y corruptos ha sido sustituido, de manera ilegítima para más cachondeo, por el partido de
Timoshenko, a la que el Parlamento sacó de la cárcel por votación para que se pasara por allí. Curiosamente estaba en la cárcel por corrupción. Ha renunciado a colocarse al
frente del país, y el puesto ha recaído en Turchínov, político y homófobo pastor bautista muy próximo a ella. Por establecer un símil, es como si el 15M diera
lugar a un Gobierno del PSOE o del PP, y además ilegítimo.
Mientras escribo estas líneas, el FMI se ha plantado en Kiev a ofrecer
35.000 millones de euros, que estiman sus técnicos, para reactivar la economía. Sin embargo, los parados, los ucranianos que
tienen que pagar 20 euros por una consulta médica, los que están hartos de corrupción y de oligarquías, los que pasan frío en invierno por los
chanchullos de sus gobernantes con el gas, los que aspiran a vivir y no a
sobrevivir, siguen y seguirán igual. Se han quedado solos. Les han robado
la revolución en sus narices y además ahora ya no le importan a nadie: ya es la
hora del business, y a partir de aquí juegan los mayores. Los peques a
callar.
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