El otro día estuve
viendo El Lobo de Wall Street, la última peli de Scorsese,
protagonizada por Leonardo di Caprio. Es una película entretenida, que, a
pesar de su excesiva duración (alrededor de tres horas), tiene un ritmo trepidante que hace que el tiempo se nos pase volando. Pero
también es una película excesiva por todo lo que pasa, porque nos muestra a un
broker decadente, vicioso y casi degenerado en algunos momentos.
Y sin embargo, no me
cuesta creer que muchas de las cosas que aparecen en ella sean posibles. Porque en las finanzas hay mucha gente que se aprovecha de
las circunstancias y retuercen la ley en su beneficio (o,
directamente, la quebrantan) para enriquecerse, sin importarles lo
más mínimo a quién puedan hacer daño. Y es por eso que estamos
viviendo la crisis que estamos viviendo.
Pero lo que más me
preocupa es saber que cualquiera puede acabar siendo así. Porque
todos somos muy honrados, pero también todos, en algún esporádico
momento de debilidad, hemos pensado que nos iría mucho mejor en la
vida si fuéramos tan malas personas como el protagonista de esa
peli, y hemos mirado con envidia, cuando no con cierta secreta
admiración, a presidiarios como Mario Conde.
¿O no?
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