Hola a todo el
mundo:
Tal vez hoy debería
hablar de la falsa entrega de armas de ETA. O al menos, eso sería lo
esperable en un blog como este. Sin embargo, hoy me apetece más
hablar de otra cosa: del programa de Jordi Évole del domingo.
Supongo que a estas
alturas no hace falta que os cuenta de qué iba. Era una ficción en
la que se presentaba el golpe de Estado del 23-F como si hubiera sido
una enorme farsa en la que estaban implicados políticos,
periodistas, militares e incluso un cineasta como Garci que habría
sido el encargado de planificar toda la dramatización. Pero al final
de este programa, a diferencia de muchos otros de la televisión
actual, se nos dijo que todo lo que acabábamos de ver había sido
mentira.
Después de ese
programa, ayer pudimos escuchar y leer un montón de opiniones, a
favor y en contra del programa. Mucha gente lo alabó como un ejemplo
de televisión dirigida a un público maduro que vive en un país con
una democracia muy consolidada. Pero también mucha gente lo criticó.
¿Sabéis? Yo creo
que esa gente no lo criticó sólo porque sembrara dudas sobre un
episodio muy importante de nuestra Historia reciente, o ni siquiera
por su carácter de engaño. Sino porque con él se demostró lo
fácil que es engañarnos, porque nos hizo preguntarnos cuántas
veces nos habrán engañado antes y no nos lo dijeron al final. Y,
sobre todo, porque al abrirnos los ojos, ahora nos insta a estar
atentos, a aplicar el sentido crítico y a reflexionar sobre todo lo
que escuchemos.
Y eso, a veces,
puede doler.
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