12
de agosto:
A
pesar de que acabábamos de ducharnos, cuando nos subimos a la furgoneta que nos
llevó al aeropuerto no teníamos muy claro ni qué hora era ni dónde estábamos,
así que llegamos en “modo zombi” allí. Facturamos y descubrimos que finalmente vamos a
salir en un vuelo anterior, así que decidimos tomárnoslo con tranquilidad. Un café para
despejarnos y pronto al avión, que son cuatro horas hasta San Juan, capital de
Puerto Rico.
Como
volamos antes de lo previsto, nuestro transporte hasta el hotel no estaba preparado, pero pronto lo pudimos solucionar y llegamos a un pintoresco hotel en el
Viejo San Juan, mientras veíamos a través de las ventanillas de la furgoneta pintadas contra la presencia
estadounidense en Puerto Rico. Nuestra habitación todavía no estaba lista, así que,
después de dejar las maletas en la consigna del hotel, nos fuimos a un
restaurante cercano que nos habían recomendado para comer algo típico. Nos
decidimos por un mofongo de carne y un ponche de la casa para beber, y de
postre un bizcocho típico llamado tres leches.
De
vuelta al hotel, vimos que en la habitación nos habían puesto una botella de
agua y una fresquera llena de hielo, cosa que agradecimos mucho. Nos duchamos y descansamos un rato antes
de salir a explorar el Viejo San Juan. Poco a poco fuimos viendo el distrito
histórico de la ciudad, paseando, por ejemplo, por el Paseo de la Princesa,
donde ese día había un mercadillo de artesanía, y viendo a un saxofonista que
tocaba en la calle con mucho arte. Por la noche, antes de cenar, nos fuimos a
un sitio en el que se comercializaba todo tipo de tabaco, pero en el que
también se podía beber, y empezamos a conocer las cervezas locales, en este
caso la Magna. Luego, fuimos a cenar a un restaurante italiano donde tomamos
unas empanadillas y un calzone, también con cerveza.
13
de agosto:
Aunque
no madrugamos tanto como cuando estábamos en Nueva York, sí que nos levantamos
más o menos pronto para desayunar en el hotel y luego acercarnos hasta una
playa cercana, justo delante del Capitolio de Puerto Rico, en la que estuvimos
un rato no muy largo antes de volver al hotel, ducharnos y seguir conociendo la
gastronomía de la isla en un restaurante cercano en el que las paredes estaban
decoradas como si fuesen las páginas de un cuaderno y en el que nos informaron
de que todos los martes por la tarde (y hasta la madrugada) hay lecturas poéticas. Comimos un mero y
bebimos cerveza Medalla, aunque luego, en lugar de decantarnos por un postre
típico nos tomamos un postre que nos resultó mucho más decepcionante de lo que
esperábamos.
Después
de descansar en el hotel, porque el calor era muy grande, volvimos a recorrer
el Viejo San Juan, pasando por sitios como la Universidad Carlos Albizu o la
Plaza Mayor y viendo a un violinista que tocaba temas como el “Despacito”.
Después, cenamos unas arepas de pescado y bebimos una cerveza Medalla para
luego tomar un trozo de tarta de queso con guayaba. Tomamos una piña colada y
una margarita en un local cercano al hotel, y luego fuimos hacia allí para
descansar.
14
de agosto:
De
nuevo madrugamos un poco para ir la playa, a la que se llega pasando por la
plaza de Colón, y el rato que estuvimos allí lo pasamos sobre todo bañándonos en
las cálidas aguas de la costa puertorriqueña. De vuelta al hotel a ducharnos para después salir a comer. Esta vez optamos por un restaurante en el que pincharon
el “Despacito” tres veces seguidas (¿qué música tendrían el año pasado?), y allí
comimos un mofongo de pescado regado con cerveza Medalla y de postre un flan de
coco. Luego, al hotel a descansar y dejar que pasen las horas de más calor.
Por
la tarde seguimos recorriendo el Viejo San Juan, pasando por una librería que
nos había llamado la atención el día anterior, en la que me compré un par de
libros de literatura puertorriqueña de los que puede que os hable más adelante.
Después de hacer algunas compras más, fuimos al hotel a dejar lo que habíamos
comprado y volvimos a salir a pasear por el barrio viejo, subiendo más hacia el
norte. Una inesperada lluvia nos llevó a refugiarnos en un pequeño bar en el
que seguimos degustando las cervezas locales. Luego, nos acercamos a un
restaurante cercano al hotel para cenar, en este caso unos surullitos de maíz y
una ropavieja con tostones, todo ello con cerveza. Volvimos al hotel a
descansar.
15
de agosto:
Como
no nos apetecía ir a la playa, nos levantamos con el tiempo justo para
ducharnos y desayunar, justo antes de salir a recorrer el Viejo San Juan y
hacer algunas compras. Sin embargo, antes de eso pudimos ver un desfile militar
que pasó por delante del hotel y durante el cual una de las chicas que
trabajaban en la recepción se refirió a los soldados como unos “idiotas
colonizados”.
Esa
mañana decidimos recorrer las fortificaciones, viendo su entrada y algunos de
los castillos que se encuentran en la zona. Luego, comimos en un sitio por
delante del cual habíamos pasado anteriormente unas masitas de dorado y un
arroz con marisco, acompañados de cerveza Magna. De postre tomamos unos flanes
de vainilla y de queso que compartimos.
Por
la tarde seguimos recorriendo el barrio, recorriendo la muralla por su parte
interior mientras escuchábamos el canto de los coquíes, que es como se conoce a
las ranas que viven aquí. Durante este largo paseo pudimos ver pintadas contra
la presencia estadounidense, y nos acercamos al Convento carmelita, a la
iglesia de San José, por la que ya habíamos pasado esa mañana, o por la
Catedral de San Juan. Y también pasamos por la residencia del Gobernador y por
el Museo de Las Américas, donde estuvimos hablando con su guarda.
Antes
de volver al hotel pasamos por el café en el que habíamos comido el domingo
para cenar un mero regado con cerveza Magna, justo antes de disfrutar de las
lecturas poéticas que había esa noche. Después, al hotel de nuevo, que mañana
volvemos a casa.
16
de agosto:
Después
de desayunar, al aeropuerto, para viajar durante cuatro horas a Nueva York.
Allí, unos sándwiches de pastrami nos hicieron soportar hasta la hora de
nuestro vuelo a Madrid (otras ocho horas).
Era
por la mañana en España cuando tocamos tierra en Madrid, y en Barajas todavía
tuvimos que esperar un rato para coger nuestro autobús, rato durante el cual,
conocimos a una chica colombiana que estaba esperando a sus padres que llegaban
de su país y que nos contaba que había estudiado en el mismo colegio que Sofía
Vergara.
Por fin nos subimos al bus, pero todavía
viajamos más de seis horas hasta Oviedo, porque, por un motivo que aún no
entendemos, el autobús que sale de Barajas después está parado tres cuartos de
hora en la Estación Sur de Autobuses. El cansancio de tanto viaje hizo que al
día siguiente nos despertásemos a eso de la una de la tarde.
Conclusión:
Tanto
Nueva York como el Viejo San Juan son dos sitios de los que nos enamoramos y a
los que prometemos volver más pronto que tarde.
Y os lo contaremos.