Hace más o menos
una semana descubrí que soy un millenial. La verdad, las etiquetas
generacionales siempre me habían parecido una soberana tontería, porque suponen
reducir a una colectividad de personas a algo tan arbitrario como una fecha de
nacimiento. Bien sé que, como decía el maestro Bloch, “los hombres se parecen
más a su tiempo que a sus padres”, pero no por eso vamos a ser todos los que
formamos parte de una misma “generación” homogéneos en todo. No cabe duda que
compartimos contexto y posibilidades, pero después cada uno tiene sus propias
experiencias, referentes e inquietudes, y por eso no creo que podamos ser
homogéneos.
Digo que hace
algunos días descubrí que soy un millenial porque en El País (ese periódico
cada vez más alejado de la idea que todos teníamos de él) se publicó un
artículo de Antonio Navalón titulado “Millenials: Dueños de la nada” en el que
presenta a los nacidos entre 1980 y 2000 como hedonistas, sin inquietudes y
responsables de todos los males de nuestra sociedad.
A lo largo de la
pasada semana otros blogueros respondieron a ese ataque tan gratuito con muchas
ganas y, sobre todo, con argumentos muy bien hilados, y, después de varios días
de reflexión, me decido a dar también mi opinión sobre tamaño despropósito.
En ese artículo,
el señor Navalón, aparte de diferenciar la generación del baby boom y la de mayo
del 68 (que en realidad son la misma), realiza un listado de lugares comunes
sobre aquellas personas que tenemos entre veinte y treinta y pico años,
básicamente para decir que no somos tan molones como su generación. Nos acusa
de la llegada al poder de gente como Trump, cuando, en realidad, sus votantes
son principalmente gente mayor que nosotros. Nos acusa de la crisis, que en realidad
se debe a unas estructuras económicas y políticas que fueron desarrolladas por
su generación, sobre todo porque la gente de mi edad todavía no ha llegado mayoritariamente
a controlar el poder político ni económico, a pesar de haber sido la
contestataria generación que alumbró movimientos como el 15-M (que, por cierto,
ni menciona). Entonces, si está tan claro que no le caemos bien, aunque no
tiene ni la más remota idea de quiénes somos, ¿por qué pierde su valioso tiempo
escribiendo de nosotros y, sobre todo, qué se supone que tenemos que hacer para
ser tan “molones” como los de su generación?
Desde mi punto
de vista, el artículo de Navalón no es más que otro ejemplo de personas
superadas por una evolución social (y también tecnológica) que están muy lejos
de comprender, y por eso, se dedican a denostarla sin ni siquiera molestarse en
conocerla. Recordemos que hace ya cosa de dos mil años, el orador romano
Cicerón dijo “Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus
padres y todo el mundo escribe libros”, lo que viene a ser una postura muy
similar y, desde luego, nada novedosa.
Lo que el señor
Navalón y quienes decidieron que su artículo merecía ser publicado deberían
hacer es acercarse a esa denostada generación millenial para intentar descubrir
lo que podemos aportar. O mejor dicho, lo que ya estamos aportando.
Tal vez pudiera
aprender algo.
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