Hace varias semanas, quizá ya un
mes o más, en el dominical XLSemanal se publicó un dossier especial sobre
educación, con las entrevistas a los Ministros de Educación más destacados de
los últimos cuarenta años. Incluido el que tod@s estáis pensando…
Por interés personal y profesional
(después de todo, algo sé de Educación), leí las entrevistas con mucha
atención, e incluso las recorté y las guardé en una carpeta para poder
consultarlas después. Y desde entonces, llevo reflexionando sobre ellas.
Lo primero que me llamó la atención
fue que muchos de ellos tenían un conocimiento muy grande de cuestiones
políticas, pero, en realidad, también tenían un desconocimiento preocupante de la realidad de
las aulas, lo que, por otro lado, queda claro al leer las leyes que habían
promulgado en su momento. A alguno sí se le notaba buena voluntad y una
intención de hacer algo bueno, pero a la mayoría se les notaba que su único
interés había sido el de pasar a la
Historia como el responsable de una nueva ley. A casi todos,
se les notaba que nunca habían pisado un aula, al menos desde que iban a
suspender al instituto.
Pero sobre todo, lo que más me
preocupó fue el hecho de que todos estaban seguros de que su ley era la buena,
y de que si no había funcionado había sido por culpa de todos los demás. Ni
siquiera se les pasaba por la imaginación que pudieran haberse equivocado.
Y precisamente eso es lo más
contrario a la Educación. Con
mayúsculas.
Imagen: Viñeta de Manel Fontdevila para El Diario.es
Imagen: Viñeta de Manel Fontdevila para El Diario.es
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