Hola a todo el
mundo:
Supongo que ya
sabéis que este año se cumplen cuatrocientos de la publicación de
la segunda parte de El Quijote, así que me pareció una excusa muy
buena para volver a leerme esa obra que, como ya os conté en alguna otra ocasión, es mi libro favorito. Mi intención era terminarlo
para el Día del Libro, pero una serie de compromisos laborales me
impidieron leer todo lo que me hubiera gustado. Y luego, cuando por
fin tuve vacaciones, decidí leerme otra vez la segunda parte
apócrifa que escribió Avellaneda, para comparar. Así que hasta hoy
no pude terminar de leer todo lo que tenía pensado y sentarme a
escribir este texto.
Y sinceramente, sigo
diciendo no solo que leer es uno de los mayores placeres que tenemos
en esta vida, sino que leer Don Quijote de La Mancha es algo que hay
que hacer (al menos) una vez en la vida. Y esto os lo dice alguien
que se lo ha leído cuatro veces (y dos la falsa segunda parte). Así
que yo creo que hay que leerlo…
Porque se trata de
un libro maravillosamente escrito, en el que en clave de humor se
hace una crítica no solo a las novelas de caballerías, sino a toda
la sociedad de la época.
Porque nos presenta
unos personajes, Don Quijote y Sancho, que, locuras de uno y
simplicidades del otro aparte, dicen verdades como puños que siguen
vigentes todavía hoy.
Porque nos hará
reír a carcajadas en más de una ocasión.
Porque es una obra
que nos cambia la vida.
Porque nos llenará
de reflexiones interesantes.
Porque nos enseña
que, muchas veces, es más interesante la fantasía que la realidad.
Y por muchas otras
razones que, cada un@ tiene que encontrar al leerlo.
Y ya puestos,
aprovechando que también me leí la segunda parte apócrifa, pues
digo que, aunque vale la pena leerla para llevar a cabo la
comparación, el texto de Cervantes es muy superior al de Avellaneda.
No solo está mucho mejor escrito, con una prosa mucho más elegante
y siendo capaz de desarrollar mejor los diálogos (por ejemplo, en
los pasajes en los que Cervantes reproduce los muchos refranes que
Sancho habría encadenado, Avellaneda se limita a decir cosas como “a
partir de este momento, Sancho empezó a hablar diciendo una gran
cantidad de refranes”), sino que, además caracteriza mucho mejor a
los personajes.
En este caso, el
ejemplo de Sancho es muy claro, porque el Sancho de Cervantes es
inculto porque no ha podido estudiar, pero no es tonto, mientras que
el de Avellaneda es un labrador tonto, incapaz de aprender y sucio,
siendo esto último lo que más puede sorprender a quien conoce el
personaje creado por Cervantes.
Y ahora, como cierre
de este texto, me gustaría recordar lo que había escrito hace ya
unos cuantos años, cuando dije que, al final de El Quijote, el que
muere es Alonso Quijano, el honrado hidalgo manchego que, por fin, ha
recuperado la cordura, pero no Don Quijote.
Y es que Don Quijote
no puede morir.
Porque Don Quijote
es fantasía.
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