Buenos días a todo
el mundo:
Estos días no tenía
ni ganas ni ideas para escribir. Ni tampoco intención, porque al ser
época de vacaciones de Semana Santa, no me apetecía escribir sobre
el mundo real. Pero, sin embargo, hoy tenía que empezar el día
sentándome delante del ordenador para escribir algo. Un homenaje a
mi escritor favorito. A mi mayor referente intelectual.
Un texto en homenaje
a Gabriel García Márquez, que, como sabéis, falleció anoche.
Ahora a todo el
mundo le gusta y todo el mundo lo ha leído hasta saberse sus obras
de memoria. De hecho, hace un rato escuché en la radio unas
declaraciones de José Ignacio Wert, nuestro Ministro de Educación y
Cultura, con las que intentaba que nos creyéramos que sabía quién
era Gabo. Sin éxito, claro.
Y también vamos a
leer y escuchar muchos reportajes en los que nos expliquen su vida y
su obra. Por eso, con este texto no quiero ahondar en su figura como
periodista ni como escritor. Lo que quiero es recordar lo que
significó para mí acercarme a su literatura.
Recordar esas horas
de insomnio leyendo Crónica de una muerte anunciada, la primera
novela suya que leí. Esas (pocas) tardes en la playa leyendo La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Esos ratos de mi época de arqueólogo en los
que, después de trabajar y de ducharme, mientras esperaba a que mis
compañeros se ducharan también para irnos a tomar unas cervezas,
estuve leyendo El amor en los tiempos del cólera. O esa vez, que nos
quedamos unos cuantos colegas en casa de uno de nosotros y, como me
desperté un buen rato antes de que lo hicieran los demás, me leí
casi entero el breve El coronel no tiene quien le escriba mientras
esperaba a que el resto fuera amaneciendo.
También hubo libros
que me costaron mucho más, claro, porque su estilo en ocasiones
podía ser muy complejo. Por ejemplo, Cien años de soledad, el que
hoy es mi libro favorito, fue un texto que me costó mucho, hasta el
punto de que llegué a pensar que no iba a poder terminarlo. O El otoño del patriarca, compleja hasta el
punto de que tuve serias dificultades para captar su trama.
Y están esas obras
marcadas por su amor por el periodismo, que son crónicas
periodísticas transformadas en literatura, como Relato de un
náufrago o Noticia de un secuestro (el primer libro suyo que me
compré).
Y también hay
textos mucho más fáciles, obras menores podríamos decir, como el
crepuscular y decadente Memoria de mis putas tristes, o esos libros
de relatos como Los funerales de la mamá grande, en los que podemos leer varias
historias cortas que nos atraparán, pero solo durante un rato.
Que tenéis que
leerlo ya lo sabéis. Ahora depende de vosotr@s.
P. D.: El título de
este texto son las palabras que anoche colgó en su perfil de
Facebook una periodista, compañera de mi curso de Community Manager,
que me hicieron lanzarme a Twitter para confirmar que sí, que Gabo
había muerto.
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