Hola a todo el mundo:
Este fin de semana debería haberlo
pasado en un festival en Luarca, pero al final, por una serie de
circunstancias que no viene al caso detallar, no pudo ser. Eso sí,
aproveché para acercarme hasta el concierto acústico que dieron
Arenia el viernes pasado aquí en Gijón, que también mola.
Pero lo más relevante de este fin de
semana fue que, por primera vez en lo que va de verano, lo dediqué a
descansar. Y así, la noche del sábado, en vez de pasarla por ahí,
pues la dediqué a ver en La 2 un reportaje sobre el comercio de
armas. Reportaje que, por cierto, ya había visto hace algún tiempo
y me había servido como punto de partida para escribir uno de mis
primeros artículos en Suite 101 (esa web para la que ya no voy a
escribir más), de los de aquella época en que me los curraba más y
me quedaban más a mi gusto.
Y volviendo a ver ese reportaje, volví
a recordar todas las reflexiones de aquella vez, derivadas del hecho
de que se me revolvían las tripas cada vez más a medida que pasaban
los minutos.
Sí, porque oyendo hablar a los
honrados empresarios que vendían herramientas de muerte y
destrucción (las armas no son otra cosa), oyéndoles dar razones
supuestamente objetivas y asépticas que justifican su labor, no
podía pensar más que en el cinismo que manifestaban. Cinismo que,
seguramente, les sirve para dormir bien por las noches.
Volviendo a leer el artículo que había
escrito la otra vez que había visto ese reportaje, volviendo a
consultar las fuentes que había utilizado entonces y dándome cuenta
de que muchas de esas cifras ahora estarán desfasadas y serán
todavía más terroríficas, me doy cuenta de la paradoja que supone
que esas personas, esos honrados empresarios que seguramente serán
pilares de la sociedad en sus países del Primer Mundo, vivan de
crear armas que terminan en las manos de quienes matan en el Tercer
Mundo.
Lo objetivo sobre este particular
comercio ya lo escribí hace dos años. Hoy sólo me apetecía soltar
bilis al respecto.
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