Hola a
todo el mundo:
Como
todos sabéis ya, estos días se estuvo celebrando el cónclave anual
de la CEOE. O como me gusta decir, el aquelarre. Y aunque sus
participantes se lo curraron mucho, lo prepararon con tiempo e
intentaron llevar a cabo una puesta en escena que cambiara un poco la
imagen que esta organización está dando a la sociedad (a fin de
cuentas, su anterior presidente está en la cárcel), al final, solo
nos quedaremos con el hecho de que uno de sus dirigentes dijo que
cuatro días de permiso por el fallecimiento de un pariente cercano
es demasiado.
Veamos,
señores empresarios, señores empresarios que tanto dinero público necesitan, por cierto. Sé que a ustedes les sonará raro, pero esos
cuatro días suponen mucho más que desplazarse. Son días en los que
hay que hacer papeleo, porque, repetimos, esos cuatro días se dan
por un familiar directo, no por el primo segundo de la tía del
pueblo. Alguien, en definitiva, que estaba cerca de nosotros, así
que seremos nosotros los que tendríamos que encargarnos de
solucionar ese papeleo.
Pero
es que, aparte del papeleo, esos días son también los que,
probablemente, se encuentren entre los peores de la vida del
trabajador al que le quieren racanear días de permiso. Aunque me
imagino que a ustedes los sentimientos de los trabajadores les
importan bien poco.
Y
saliéndome un poco del tema, me gustaría recordarles una cosa que
tal vez se les olvida, pero que puede ayudarles a ganar más dinero
(que es, en definitiva, lo que a la gente como ustedes les importa):
que un trabajador contento y bien pagado, produce más y mejor y,
además, consume más.
O sea.
Que si ustedes dan sueldos dignos y buenas condiciones laborales (y
se dejan de hablar de rebajar el salario mínimo, o de implantar
mini-jobs, o de exigir la imposición de reformas laborales que
destrozan los derechos laborales), sus trabajadores se identificarán
con la empresa, trabajarán más a gusto y serán más productivos. Y
además, si encima tienen salarios dignos, podrán consumir,
comprando los bienes que sus empresas (las de ustedes) producen y
reactivando la economía nacional. Aunque sé bien que, mientras se
reactiven sus economías (las de ustedes), poco les importa que se
reactive la economía nacional.
Otro
tema que me preocupa estos días es uno del que se está hablando
mucho. Lo de las propiedades supuestamente vendidas por la infanta
Cristina. Primero se dijo que, después de venderlas, no habrían declarado ese dinero. Luego, que se demostró que dichas propiedades
no habían sido vendidas por la infanta, sino que ya pertenecían a
los supuestos compradores. Entonces se dijo que todo había sido un
fallo de la Agencia Tributaria, que se habría hecho un lío con los
DNI, poniendo, por error, el de la infanta en los documentos
correspondientes.
Y a mí
todo eso me resulta muy extraño. Porque equivocarse al poner un
número de DNI es posible en teoría. Yo mismo me encontré con que
el mío era casi igual al de un compañero de Universidad (teníamos
en común cinco cifras y la letra). Pero en la práctica, un error
con el DNI de un miembro de la Familia Real ya es más complicado,
porque los suyos tienen solo dos cifras (y la letra), con seis ceros
delante (aquí podéis insertar el chiste de Los Simpsons
sobre el número de Seguridad Social del señor Burns). Así que es
difícil que alguien se equivoque con un número de DNI tan poco
corriente.
Pero
además, el error no se habría cometido una sola vez, sino varias,
porque las fincas supuestamente vendidas estarían en cuatro
provincias distintas, y en cada transacción haría falta que hubiera
un notario y un registrador de la propiedad, que se tendrían que
equivocar una vez cada uno. No es imposible, pero es altamente
improbable, sería algo así como una posibilidad entre no-sé-cuántos mil millones.
En unos días espero haber leído (y reflexionado) lo suficiente como para poder aportar algo al respecto.
Y
ahora que hablamos de delitos financieros y gente de baja catadura
moral, voy a haceros una recomendación literaria: Ahora mismo estoy
leyendo un libro titulado Calle Erottaja, del finlandés Karo Hämälainen (en español, eh, que con el finlandés todavía no me
atrevo, jejeje), una novela sobre los tiburones financieros que nos
metieron en esta crisis (el título hace referencia a la calle de
Helsinki en la que se encuentran las sedes de los grandes bancos y
entidades financieras). Para leer con calma y reflexionar sobre los
movimientos bursátiles.
Y
también sobre lo mala que es la gente…
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