Muy
buenas a todo el mundo:
Acabo
de terminar un libro muy breve. Se titula Cómo nos venden la
moto, y recoge dos ensayos, uno de Noam Chomsky y otro de Ignacio
Ramonet. A lo largo de las menos de cien páginas de este libro, se
habla del poder de la propaganda y de cómo el marketing se puede
aplicar a casi cualquier parcela de nuestra existencia. Y también
del valor que tiene la información. Y entonces se me ocurrió una
reflexión al respecto.
Desde
que puedo recordar, en mi casa siempre se ha escuchado la radio y
siempre se han visto las noticias por la tele, y también se ha
debatido sobre sus contenidos. Por eso, desde que era pequeño estoy
familiarizado con muchos conceptos de Economía o de Ciencia Política
simplemente porque los escuché por la televisión. Y también
conocía los nombres de muchos personajes, que para mí eran tan
habituales como los de los cantantes de moda.
Por
eso me resultó tan chocante el hecho de que, hablando con una
persona, poco más joven que yo, sobre una noticia reciente, ella no
tuviera ni la más remota idea de lo que le estaba hablando. Hasta
ese momento, yo pensaba que todo el mundo veía las noticias, y que,
al acceder a la información, estaba al día de lo que pasaba en el
mundo. Y ese día me di cuenta de mi error.
La
información es algo a lo que tenemos acceso, pero que si no
queremos, no tenemos por qué conocer. O sea, que el acceso a la
información es voluntario. Y sin embargo, pese a esa voluntariedad,
la información es uno de los recursos más importantes que tenemos.
Porque
sólo si nos molestamos en acceder a la información y después nos
molestamos en reflexionar sobre ella podremos considerarnos ciudadanos conscientes (ese concepto del que ya os había hablado), y
sólo entonces seremos capaces de participar en el devenir de la
sociedad de manera completa.
Hasta
entonces, no seremos más que receptores de contenidos vacíos y
destinatarios perfectos de la propaganda y la publicidad.
Nos
vemos.
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