- Muy buenas, queridos lectores. Ya estoy de vuelta.
- Espera un momento - dice un lector de este blog -. ¿Tú no deberías estar en un autocar volviendo de Mérida?
- Pues sí, pues sí. Si lees hasta el final de este texto, entenderás por qué estoy aquí tan pronto. La verdad, fue un viaje bastante... rocambolesco. Pero empecemos por el principio:
INTRODUCCIÓN: Los preparativos
La verdad es que la idea original no era ir a Mérida. Era ir a Londres, pero al final, por una serie de cuestiones, acabamos optando por el plan B. Además, con el Festival de Teatro Clásico ahí, era una buena opción para agosto. El martes día 12 de agosto, ya teníamos Javi y yo las maletas listas para coger al día siguiente el autobús a eso de las siete de la mañana.
MIÉRCOLES 13 DE AGOSTO
La verdad es que mi reloj biológico no suele dejar que me duerma cuando tengo que salir de viaje. Normalmente, esa mañana me despierto varias horas antes de que suene el despertador. De este modo, me levanté a las cinco de la mañana, desayuné y me metí a la ducha. Cuando estaba ya duchado y empezando a vestirme, suena el teléfono. "Mala señal", pienso. En calzoncillos, lo cojo y me encuentro con la voz de Javier que me dice: "Estoy malo, no puedo ir. Otra vez será". ¿Cómo que otra vez será? El hostal y las entradas del teatro los tenemos desde abril, y los billetes de autobús desde hace casi mes y medio. Repuesto del shock, le digo: "Llama al hostal, que la reserva está a tu nombre. Diles que voy a llegar yo sólo". Así que me largo yo solo a Mérida.
Me subo al bus, me esperan diez horas de viaje. Un par de películas descatalogadas cuyos títulos no llegué a conocer (aunque sé que en una salía el viejecito de Karate Kid), un rato durmiendo, mucha música en mi mp3 y bastantes llamadas de teléfono y mensajes. Que si mi madre llama para ver cómo me va el viaje (una de las veces para despertarme), Javi para decir que está bien y coge el bus al día siguiente, luego para decir que igual va con su padre, después para decir que ya está en camino, un mensaje de Álvaro para avisar de que no va a pasar por Mérida de vuelta a Lisboa...
Total, que a las cinco de la tarde llego a Mérida y al entrar, al pasar por una rotonda, veo que han puesto un monumento a la Guardia Civil (recuerdos para los dos Robertos), que según me dijo un taxista al día siguiente, llevaba poco tiempo allí. Salgo de la estación, me subo a un taxi y le digo al conductor que me lleve a la calle Sagasta, que estoy alojado en el Hostal El Alfarero. Cuando llegamos, me fijo en que vamos por callejuelas con mala pinta (o eso me parecía a mí en ese momento, con todo el cansancio acumulado). Llego al hostal y otra movida: El coche ha dejado tirados a Javi y a su padre. No van a llegar. Entonces, trato de cambiar la habitación doble por una individual, pero no hay manera. El hostal está hasta los topes y no hay habitaciones disponibles. Me tengo que hacer cargo de una habitación doble yo solo.
Me doy una ducha para quitarme el "olor a autobús" y salgo a ver si me oriento por la ciudad. A ver qué hay a la izquierda según se sale... ¡Anda! Si eso es el pórtico del Foro de la ciudad romana. Entonces (en mi cabeza se agolpan los recuerdos de la otra vez que estuve)... más abajo tiene que estar el Templo de Diana (que por cierto, no estaba dedicado a esa diosa en concreto, sino al culto al Emperador, pero bueno). Sí, ahí está. Mola. Demos la vuelta y vayamos a la calle más grande que queda perpendicular a la calle del hostal. Mira, tiendas de recuerdos. ¿Y ésa? Se llama Mithra. ¿De qué me suena ese nombre? Claro, nos lo contaba una profesora de la Facultad, es una tienda de artesanía que está cerca del Museo... Entonces, si camino un poco más, me encuentro con... el Museo, y en la acera de enfrente, el teatro y el anfiteatro romanos. Coño. Estoy en la misma calle del Foro y del templo y a la vuelta de la esquina del Museo de Arte Romano, del teatro y del anfiteatro. Qué pasada. Mientras camino por allí, me doy cuenta de que los guiris tienen cara de eso, de guiris. La pregunta es... ¿yo también la tengo? Por dios, espero que no.
Me acerco hasta la taquilla del teatro para preguntar si puedo recuperar el dinero de la entrada que Javi ya no iba a usar. Pero nada. Las chicas (muy guapas y muy majas, por cierto) me dicen que no se admiten devoluciones, que la única opción para recuperar el dinero es que yo revenda la entrada.
Bueno, se hizo lo que se pudo. Ahora, a cenar y a descansar, que mañana hay mucho que ver.
JUEVES 14 DE AGOSTO
Después de dormir muy bien (que buena falta me hacía), me levanto, me ducho y voy a buscar dónde desayunar. En dirección al Museo, encuentro una cafetería y heladería donde ponen el café muy caliente y los croissants recién hechos, tiernos y calentitos. Mola. Voy al Museo, que está a pocos metros y me entero de que si hubiera llevado los papeles del paro me harían rebaja. Ya lo sé para la próxima.
Entro en el edificio diseñado por Rafael Moneo y me doy cuenta de una cosa. Cuando estuve allí hace años, yo estaba en COU. Ahora tengo una licenciatura en Historia, una especialidad en Arqueología y encima sacaba Matrícula de Honor en Epigrafía Romana. Y eso se nota en un sitio así. Sobre todo, para darme cuenta de que normalmente en las traducciones de las inscripciones romanas sólo ponían parte del texto y no el texto completo. Y a veces se dejaban en el tintero cosas muy interesantes. Por ejemplo, había una lápida en cuya cartela sólo ponía que estaba dedicada a una mujer. Lo que no ponía es dicha mujer era una chica de dieciocho años y que se la dedicaban unos cuantos decuriones de la Legión No-Sé-Cuántos. Se me ocurrieron varias explicaciones. Y sólo algunas eran buenas...
Por muy chulo que sea, el Museo Nacional de Arte Romano se ve en hora y media o poco más, y eso parándose en todo. Si lo ves como muchos guiris, es decir, mirando sólo una de cada cinco piezas, puedes verlo perfectamente en veinte minutos.
Salgo de allí y se me ocurre pillar un taxi para ir hasta la estación de autobús, a ver si consigo cambiar el billete para el sábado en vez de volver el domingo. Yo ya conozco la ciudad y sólo quiero ver algunas cosas concretas, de modo que no voy a necesitar tantos días. No hay problema, cambio el billete y ya puedo volver el sábado. Vuelvo al hostal caminando, para aprenderme bien el camino, y aviso de que me voy un día antes. Todo solucionado. Puff... Menos mal.
Pero aún es temprano, así que me acerco hasta la oficina de turismo, para hacerme con un plano y para que me expliquen cómo llegar a los dos sitios que me interesa visitar (la Basílica de Santa Eulalia, con sus restos romanos y tardoantiguos debajo, y el Museo de Geología y Prehistoria). Si la tía de la oficina me hubiera señalado en el callejero los sitios dibujando las líneas sobre las calles y no sobre los edificios sería más fácil de entender.
Después de comer, me acerco hasta un pequeño yacimiento musealizado que está justo en la esquina de la calle del hostal. Muy pequeño, se ve en nada. ¿Y ahora qué hago el resto de la tarde, hasta la hora de la obra de teatro? Pues desplegar el plano y buscar los sitios que quiero visitar. A ver... ¿por qué calle voy para la Basílica? Repito, si la tía hubiera dibujado los itinerarios sobre las calles y no sobre los edificios sería más fácil. ¿Por qué calle voy, por la izquierda o por la derecha? Como dijo aquél, "siempre a la derecha, menos en política". Vamos por la calle de la derecha. Nada, por aquí no hay nada, rodeemos a ver. Efectivamente, tenía que haber ido por la izquierda. Está a punto de cerrar, mañana visitaremos este sitio. Ahora, a ver si encuentro el Museo de Geología y Prehistoria (que digo yo, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?). Nada, en el plano me hizo las rayas sobre los edificios, otra vez a mirar por qué calle voy. Nada, no encuentro nada.
Bueno, ya es hora de ir a recoger las entradas del teatro y ver si puedo colocar la segunda. Primero, algún indocumentado analfabeto había puesto mis entradas en un sobre en el que mi apellido aparecía como Zolgueira, y no Folgueira, así que la chica tardó en encontrarlas. Luego, no es fácil colocar una entrada de teatro así como así. La gente, en general, pensaba que quería timarles. En particular, las tías pensaban que quería ligar. Claro, lógico, donde esté una mochilera que vete a saber cuándo se duchó por última vez que se quiten todas las lugareñas guapas y de agradable acento que salen de casa recién duchaditas. No te digo.
Voy a cenar y a descansar un rato antes de ir al teatro. Voy a ver Edipo, rey, de Sófocles. Se merece un respeto, me voy a duchar y a ponerme ropa un poco elegante, que además, esta noche es el estreno. Entro al teatro y la sensación sobrecoge. Es lo que yo llamo la "responsabilidad del historiador". Saber que donde yo estoy sentado, hace dos mil años hubo otro tío esperando para ver un espectáculo similar. Increíble. Eso sí, por muy Mérida y por muy agosto que sea, os recomiendo que si vais a ver una obra del Festival, os cojáis una chaqueta, que hace algo de rasca. Anda, mira, esta tía de la primera fila, la que está junto a la cámara de la tele, es Nieves Herrero. Qué cosas.
La obra, protagonizada por Ernesto Alterio, es increíble. Un montaje innovador para una de las mayores tragedias jamás escritas, sobre la lucha contra el destino. Alucinante. Os dejo un par de enlaces, para que sepáis de qué hablo (comentario en El País, vídeo). Al final, todo el público en pie para ovacionar a todo el equipo.
Mañana, seguiré contándoos más cosas.
- Espera un momento - dice un lector de este blog -. ¿Tú no deberías estar en un autocar volviendo de Mérida?
- Pues sí, pues sí. Si lees hasta el final de este texto, entenderás por qué estoy aquí tan pronto. La verdad, fue un viaje bastante... rocambolesco. Pero empecemos por el principio:
INTRODUCCIÓN: Los preparativos
La verdad es que la idea original no era ir a Mérida. Era ir a Londres, pero al final, por una serie de cuestiones, acabamos optando por el plan B. Además, con el Festival de Teatro Clásico ahí, era una buena opción para agosto. El martes día 12 de agosto, ya teníamos Javi y yo las maletas listas para coger al día siguiente el autobús a eso de las siete de la mañana.
MIÉRCOLES 13 DE AGOSTO
La verdad es que mi reloj biológico no suele dejar que me duerma cuando tengo que salir de viaje. Normalmente, esa mañana me despierto varias horas antes de que suene el despertador. De este modo, me levanté a las cinco de la mañana, desayuné y me metí a la ducha. Cuando estaba ya duchado y empezando a vestirme, suena el teléfono. "Mala señal", pienso. En calzoncillos, lo cojo y me encuentro con la voz de Javier que me dice: "Estoy malo, no puedo ir. Otra vez será". ¿Cómo que otra vez será? El hostal y las entradas del teatro los tenemos desde abril, y los billetes de autobús desde hace casi mes y medio. Repuesto del shock, le digo: "Llama al hostal, que la reserva está a tu nombre. Diles que voy a llegar yo sólo". Así que me largo yo solo a Mérida.
Me subo al bus, me esperan diez horas de viaje. Un par de películas descatalogadas cuyos títulos no llegué a conocer (aunque sé que en una salía el viejecito de Karate Kid), un rato durmiendo, mucha música en mi mp3 y bastantes llamadas de teléfono y mensajes. Que si mi madre llama para ver cómo me va el viaje (una de las veces para despertarme), Javi para decir que está bien y coge el bus al día siguiente, luego para decir que igual va con su padre, después para decir que ya está en camino, un mensaje de Álvaro para avisar de que no va a pasar por Mérida de vuelta a Lisboa...
Total, que a las cinco de la tarde llego a Mérida y al entrar, al pasar por una rotonda, veo que han puesto un monumento a la Guardia Civil (recuerdos para los dos Robertos), que según me dijo un taxista al día siguiente, llevaba poco tiempo allí. Salgo de la estación, me subo a un taxi y le digo al conductor que me lleve a la calle Sagasta, que estoy alojado en el Hostal El Alfarero. Cuando llegamos, me fijo en que vamos por callejuelas con mala pinta (o eso me parecía a mí en ese momento, con todo el cansancio acumulado). Llego al hostal y otra movida: El coche ha dejado tirados a Javi y a su padre. No van a llegar. Entonces, trato de cambiar la habitación doble por una individual, pero no hay manera. El hostal está hasta los topes y no hay habitaciones disponibles. Me tengo que hacer cargo de una habitación doble yo solo.
Me doy una ducha para quitarme el "olor a autobús" y salgo a ver si me oriento por la ciudad. A ver qué hay a la izquierda según se sale... ¡Anda! Si eso es el pórtico del Foro de la ciudad romana. Entonces (en mi cabeza se agolpan los recuerdos de la otra vez que estuve)... más abajo tiene que estar el Templo de Diana (que por cierto, no estaba dedicado a esa diosa en concreto, sino al culto al Emperador, pero bueno). Sí, ahí está. Mola. Demos la vuelta y vayamos a la calle más grande que queda perpendicular a la calle del hostal. Mira, tiendas de recuerdos. ¿Y ésa? Se llama Mithra. ¿De qué me suena ese nombre? Claro, nos lo contaba una profesora de la Facultad, es una tienda de artesanía que está cerca del Museo... Entonces, si camino un poco más, me encuentro con... el Museo, y en la acera de enfrente, el teatro y el anfiteatro romanos. Coño. Estoy en la misma calle del Foro y del templo y a la vuelta de la esquina del Museo de Arte Romano, del teatro y del anfiteatro. Qué pasada. Mientras camino por allí, me doy cuenta de que los guiris tienen cara de eso, de guiris. La pregunta es... ¿yo también la tengo? Por dios, espero que no.
Me acerco hasta la taquilla del teatro para preguntar si puedo recuperar el dinero de la entrada que Javi ya no iba a usar. Pero nada. Las chicas (muy guapas y muy majas, por cierto) me dicen que no se admiten devoluciones, que la única opción para recuperar el dinero es que yo revenda la entrada.
Bueno, se hizo lo que se pudo. Ahora, a cenar y a descansar, que mañana hay mucho que ver.
JUEVES 14 DE AGOSTO
Después de dormir muy bien (que buena falta me hacía), me levanto, me ducho y voy a buscar dónde desayunar. En dirección al Museo, encuentro una cafetería y heladería donde ponen el café muy caliente y los croissants recién hechos, tiernos y calentitos. Mola. Voy al Museo, que está a pocos metros y me entero de que si hubiera llevado los papeles del paro me harían rebaja. Ya lo sé para la próxima.
Entro en el edificio diseñado por Rafael Moneo y me doy cuenta de una cosa. Cuando estuve allí hace años, yo estaba en COU. Ahora tengo una licenciatura en Historia, una especialidad en Arqueología y encima sacaba Matrícula de Honor en Epigrafía Romana. Y eso se nota en un sitio así. Sobre todo, para darme cuenta de que normalmente en las traducciones de las inscripciones romanas sólo ponían parte del texto y no el texto completo. Y a veces se dejaban en el tintero cosas muy interesantes. Por ejemplo, había una lápida en cuya cartela sólo ponía que estaba dedicada a una mujer. Lo que no ponía es dicha mujer era una chica de dieciocho años y que se la dedicaban unos cuantos decuriones de la Legión No-Sé-Cuántos. Se me ocurrieron varias explicaciones. Y sólo algunas eran buenas...
Por muy chulo que sea, el Museo Nacional de Arte Romano se ve en hora y media o poco más, y eso parándose en todo. Si lo ves como muchos guiris, es decir, mirando sólo una de cada cinco piezas, puedes verlo perfectamente en veinte minutos.
Salgo de allí y se me ocurre pillar un taxi para ir hasta la estación de autobús, a ver si consigo cambiar el billete para el sábado en vez de volver el domingo. Yo ya conozco la ciudad y sólo quiero ver algunas cosas concretas, de modo que no voy a necesitar tantos días. No hay problema, cambio el billete y ya puedo volver el sábado. Vuelvo al hostal caminando, para aprenderme bien el camino, y aviso de que me voy un día antes. Todo solucionado. Puff... Menos mal.
Pero aún es temprano, así que me acerco hasta la oficina de turismo, para hacerme con un plano y para que me expliquen cómo llegar a los dos sitios que me interesa visitar (la Basílica de Santa Eulalia, con sus restos romanos y tardoantiguos debajo, y el Museo de Geología y Prehistoria). Si la tía de la oficina me hubiera señalado en el callejero los sitios dibujando las líneas sobre las calles y no sobre los edificios sería más fácil de entender.
Después de comer, me acerco hasta un pequeño yacimiento musealizado que está justo en la esquina de la calle del hostal. Muy pequeño, se ve en nada. ¿Y ahora qué hago el resto de la tarde, hasta la hora de la obra de teatro? Pues desplegar el plano y buscar los sitios que quiero visitar. A ver... ¿por qué calle voy para la Basílica? Repito, si la tía hubiera dibujado los itinerarios sobre las calles y no sobre los edificios sería más fácil. ¿Por qué calle voy, por la izquierda o por la derecha? Como dijo aquél, "siempre a la derecha, menos en política". Vamos por la calle de la derecha. Nada, por aquí no hay nada, rodeemos a ver. Efectivamente, tenía que haber ido por la izquierda. Está a punto de cerrar, mañana visitaremos este sitio. Ahora, a ver si encuentro el Museo de Geología y Prehistoria (que digo yo, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?). Nada, en el plano me hizo las rayas sobre los edificios, otra vez a mirar por qué calle voy. Nada, no encuentro nada.
Bueno, ya es hora de ir a recoger las entradas del teatro y ver si puedo colocar la segunda. Primero, algún indocumentado analfabeto había puesto mis entradas en un sobre en el que mi apellido aparecía como Zolgueira, y no Folgueira, así que la chica tardó en encontrarlas. Luego, no es fácil colocar una entrada de teatro así como así. La gente, en general, pensaba que quería timarles. En particular, las tías pensaban que quería ligar. Claro, lógico, donde esté una mochilera que vete a saber cuándo se duchó por última vez que se quiten todas las lugareñas guapas y de agradable acento que salen de casa recién duchaditas. No te digo.
Voy a cenar y a descansar un rato antes de ir al teatro. Voy a ver Edipo, rey, de Sófocles. Se merece un respeto, me voy a duchar y a ponerme ropa un poco elegante, que además, esta noche es el estreno. Entro al teatro y la sensación sobrecoge. Es lo que yo llamo la "responsabilidad del historiador". Saber que donde yo estoy sentado, hace dos mil años hubo otro tío esperando para ver un espectáculo similar. Increíble. Eso sí, por muy Mérida y por muy agosto que sea, os recomiendo que si vais a ver una obra del Festival, os cojáis una chaqueta, que hace algo de rasca. Anda, mira, esta tía de la primera fila, la que está junto a la cámara de la tele, es Nieves Herrero. Qué cosas.
La obra, protagonizada por Ernesto Alterio, es increíble. Un montaje innovador para una de las mayores tragedias jamás escritas, sobre la lucha contra el destino. Alucinante. Os dejo un par de enlaces, para que sepáis de qué hablo (comentario en El País, vídeo). Al final, todo el público en pie para ovacionar a todo el equipo.
Mañana, seguiré contándoos más cosas.
3 comentarios:
Hola
Pablo, tal vez hubiera sido más divertido que fuera tu amigo, pero estoy segura de que te lo has pasado bien y que te ha resultado instructivo.
Siempre pensando en trocear la tierra, pob recita ella.
Y, es que los arqueólogos sois unos rompehuesosy machaca terrones.
Espero que tu amigo se haya repuesto de su malestar.
Un besiño amigo Pablo.
Desde Coruña un bico.
Hombre, la verdad es que al final me lo pasé bien igual, pero sí supongo que habría sido mejor si él hubiera ido.
Pero bueno, por suerte, ya está bien.
Un beso.
Pablo si llego a saber que te qeudabas sólo hacía un esfuerzo.
Al final me volví el miércoles por la tarde a Lisboa directo... porque por mucho que estemos en otra ciudad Mérida no quedaba precisamente de camino.Un gran abrazo.
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